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¿Estafado?

Me estaba esperando inmediatamente detrás de la puerta y no había manera de poder avanzar si no era a través de él. Esta vez, el movimiento fue acompañado de un grito espeluznante que me recorrió de manera íntegra. Imposible de evitar la reacción nerviosa, el bombazo hormonal y todo lo que se desencadena a continuación. No termino de acostumbrarme a la presencia del fantasma y a su estúpido y único berretín de tener que estar atravesándolo todo el tiempo y en todo lugar. 

La aberración se desvanece una vez recorrida y hace su reaparición sin previo aviso. Su aspecto se asemeja a un cúmulo flotante de pedazos irregulares de una tela oscura y derruida. Eventualmente, humo o niebla pueden emerger entre ellas. Su rostro, no siempre visible, muestra rasgos flácidos e inexpresivos. La consistencia etérea parece tener solo dos dimensiones, igualando a una lámina con bordes casi inexistentes. Entrar en contacto significa experimentar sensaciones más que percibir algo con los sentidos. Ser invadido por un calor quemante o experimentar dolores profundos, semejantes a los que producirían golpear con vehemencia a un órgano interno, forman parte de las torturas esperables. Muchas veces, el impacto provocado es tal, que el tiempo transcurrido entre un contacto y otro es insuficiente para la recuperación y el padecimiento entonces, se torna doble.

¿Tengo posibilidades de liberarme de la pesadilla? Solo dudas aparecen toda vez que lo pienso. ¿Cómo y a quién plantearle el desquicio en que me encuentro? No me he quitado la vida por el temor cobarde de considerar que este infierno continúe aún después. El único alivio que descubrí de pura casualidad y que reduce el número de apariciones, es la presencia de un crucifijo bendecido. Ubicado en una pared, la aparición es incapaz de atravesarla. Aunque ha sido imposible bloquear todos sus movimientos, me desplazo recorriendo una verdadera exposición de cruces en todos los formatos y estilos, apoyadas y colgantes, dentro en mi propio hogar. He desistido del alejamiento de aquí pues vaya a donde vaya, siempre está.

¿Cómo he llegado hasta esta locura? La respuesta es un tanto extensa y tiene que ver con lo que he sido y sigo siendo, un estafador profesional. Comencé con el engaño y la triquiñuela siendo apenas un crío y la práctica constante, me ha permitido alcanzar un nivel de sofisticación elevado. A muchos de los errores los he pagado, incluso, con estadías entre las rejas. Lejos de amedrentarme, transformé las dificultades en experiencia y de esta manera, ahorré tiempo y energías, al comprender por dónde no ir. Considero la idea del fraude instalada en el inconsciente desde siempre. Mi madre falleció a pocos meses de nacido y mi padre, que solo supo de trabajar y trabajar, tuvo una realidad mísera y una muerte en la más absoluta soledad. La existencia, para los tres, fue un catálogo de dolor y desengaños, o sea una estafa, a mi modo de ver. Apenas pude discernir, me rebelé y decidí hacer algo al respecto. 

Sucesivas maniobras, cada vez más complejas y con resultados satisfactorios, me terminaron otorgando cierto prestigio en el ambiente. Las dos últimas fueron la cereza del postre. Ambas estaban relacionadas con haber podido embaucar con la venta de unas tierras, a un gigante inmobiliario y al testaferro de un prestigioso multimillonario. Próximas a ellas, se construiría una nueva carretera, lo cual, obviamente, dispararía su valor por la nubes. Accidentalmente, pude hacerme con la información no pública todavía, de un cambio en la traza. La nueva ubicación distaba de la prevista originalmente y las tierras en cuestión, volverían a su precio inicial. La operación tuvo que realizarse en un plazo de tiempo muy acotado. Esta incluyó visitas a los propietarios originales, convencerlos del engaño y acordar el porcentaje de la ganancia, preparar los papeles y realizar reiterados encuentros con los interesados. Finalmente, todo resultó tal cual estaba previsto y las ganancias fueron enormes. Y lo mejor de todo, sin riesgos para mi persona. Esto es algo bastante difícil de lograr en las grandes operaciones, que se llevan a cabo a cara descubierta.  En estas circunstancias, a pesar de tomar todos los recaudos posibles, insultos y amenazas son posibilidades absolutamente esperables.

Circunstancialmente me encontraba en solitario, disfrutando de la bebida, en el bar de siempre. El individuo recién ingresado no se contaba entre los habituales. A la distancia, y a pesar de la reducida intensidad lumínica, era apreciable la muy buena calidad de la vestimenta que portaba. Se dirigió a la barra, realizó un par de preguntas y momentos después, se acercó. Destacaban sus marcadas ojeras y una exagerada palidez en el rostro y las manos. Preguntó por mi nombre, que confirmé y seguido, extrajo una elaborada tarjeta, que depositó sobre la mesa. Antes de retirarse, agregó que si estaba dispuesto a realizar una operación que garantizaba un gran rédito, me dirigiera al día siguiente, a las 19 hs, a la dirección que figuraba en la impresión. Antes que pudiera devolver siquiera un comentario, se retiró con un andar ligeramente desparejo. La finísima fragancia que desprendía el misterioso personaje, no lograba cubrir por completo el olor verdaderamente desagradable que la acompañaba.

Momentos después y con una incertidumbre casi inabarcable encima, me encontraba leyendo con detenimiento la presentación. Además del nombre y el tipo de emprendimiento, referenciaba a una oficina, ubicada en un moderno edificio del sector financiero de la ciudad. Al día siguiente, a la hora señalada y con la ambición como guía, me encontraba atravesando la portentosa entrada.

En la generosa oficina, la presencia de dos gigantescos guardaespaldas de rasgos idénticos, sobresalía por sobre todo lo demás. Calvos y con el ceño permanentemente fruncido, no dejaban de seguir cada uno de mis movimientos. Algo de toda esa imagen, más allá de la postura rígida y el perpetuo silencio, captó inmediatamente mi atención. Aprovechando un breve distanciamiento de mi anfitrión, los observé un instante con mayor detenimiento y lo registrado, me provocó una oleada de frío glaciar que generó un par de sacudidas. De manera inconfundible, en sus ojos y por momentos, podían distinguirse llamas en perfecto movimiento.

– "¡Un placer conocer a quién me estafó con las tierras!", declamó sin disimulos el empresario; 

– "En lo personal, no considero que haya sido una estafa," expresé en forma refleja. "No tuve la culpa del repentino cambio del trazado en la carretera.", rematé de manera expectante; 

– "Sé reconocer a un estafador cuando lo veo pues yo también lo soy. A pesar de las pérdidas, valoro su profesionalismo. Admito que no la vi venir y caí sin más. Felicitaciones ¿un café? No ofrezco bebidas alcohólicas pues soy abstemio.", manifestó con tranquilidad; 

Con el ego por la nubes y más relajado, acepté el ofrecimiento. 

– "Necesito vender esas propiedades. No aportan nada y eso, obviamente, es sinónimo de más pérdidas. Ignoro, incluso, dónde se ubican," señaló, mientras se acercaba con una bandeja que portaba dos tazas humeantes, cucharas y recipientes con azúcar, edulcorante, crema y leche. 

– "¿Tienes alguna idea de cómo hacerlo?", comentó, tras un breve sorbo;

 – "Lo primero que se me ocurre es generar una burbuja inmobiliaria. Si está bien diseñada, podría, incluso, ocasionar un retorno económico mayor que la inversión inicial. Eso sí, probablemente, habría que desembolsar un poco más al inicio", expresé con gesto pensativo y contemplando las finas volutas de vapor que se elevaban lentamente; 

– "He pensado en ello, junto con simular el hallazgo de algo, digamos, gas o petróleo. Lamentablemente, la ubicación hace imposible considerar lo último. Transformarlas en tierras productivas está descartado; para ello se requiere de un tiempo y financiación que no me interesa sufragar ." 

– "De acuerdo," dije, mientras finalizaba la bebida. "Deme cuarenta y ocho horas para armar una propuesta." 

– "Dispone de ellas,", expresó al tiempo que dirigió la mirada a uno de los dos fenómenos, que permanecían impertérritos. Éste se acercó, extrajo una nueva tarjeta, me la entregó y volvió a su posición original. El plástico se encontraba excesivamente caliente. "Allí encontrará el número a dónde comunicarse. Demás está decir sobre la absoluta reserva de todo esto," finalizó suavemente. 

Me puse de pie y me dirigí de manera presta hacia la salida.

Lo anterior y más, no paran de dar vueltas en mi cabeza, mientras permanezco sentado en el suelo y apoyado contra una pared de mi habitación. El abatimiento físico y mental es casi absoluto. "Ten cuidado con el último "cliente". Me han llegado diversos comentarios del mismo, todos non santos. Su agresividad y pocos escrúpulos lo hacen de temer. Algunos, incluso, comentan que mantiene relaciones con fuerzas oscuras, aunque eso es bastante discutible", comentó oportunamente un "colega", durante una juntada, donde se hablaba de los últimos "negocios" realizados. Y en mi caso era, justamente, la "venta exitosa" de ciertas extensiones de tierra. Esos dichos debieron encender algún tipo de alarma interior, pero estaba tan sumergido en la vanagloria, que nada pareció activarse. Y si lo hizo, fue todo tan efímero, que pasó inadvertido.

– "Un extranjero con acento poco común deberá llegar e instalarse unos días en el pueblo vecino a los terrenos. Allí comenzará a indagar sobre la identidad del propietario de esas tierras. No dará una información clara sobre su real interés por la compra y deslizará, incluso, que pagaría un sobreprecio, si es necesario. Sólo indicará que, en su momento, pertenecieron a un minero inmigrante que al retirarse del oficio, las adquirió y concluyó allí sus días. En simultáneo, habrá que hacer circular el rumor que se trataba de alguien que pagaba sus transacciones con oro, pues desconfiaba de los bancos. Los chismes y la imaginación completarán el círculo deseado para esta historia: la probable existencia de una fortuna enterrada en algún lugar de las mismas. ", terminé de relatar, ya cómodamente instalado, de nuevo en la oficina; 

– "No está mal. Habría que pulir algunos detalles pero tiene probabilidades de éxito si el actor es lo suficientemente convincente ¿conoce de alguien que reúna todas las condiciones necesaria para dicha empresa?", expresó mi interlocutor con voz pausada; 

– "Conozco a un par. Imagino para esto, un pago generoso pues una vez concluida la tarea, tiene que desaparecer del mapa. ", deslicé con suavidad; 

– "Coincido. Hablemos de sus intereses.", deslizó mi contraparte.

A menos de una semana de iniciada la operación, dos interesados ya habían entrado en contacto con el pseudopropietario. Pocos días después, la transacción estaba concluida con un precio sustancialmente elevado. La eficaz labor del mentiroso más la cadena de falsa información solapadamente distribuida, tuvieron el efecto deseado. Todo tendría que haber sido alegría y festejo pero algo no previsto disparó la advertencia. El falso extranjero apareció misteriosamente muerto, antes de emprender la partida. 

Estaba armando un bolso a las apuradas, incluyendo algunas prendas y sobretodo, objetos de valor que ocultaba en mi domicilio, cuando una seguidilla de cortos golpes en la puerta me indicaron que ya era tarde. Inundado por el miedo y no sin antes comprobar la existencia de un troglodita alopécico que oficiaba de protector, ubicado próximo a la salida posterior, me dispuse a enfrentar el destino.

Mi interlocutor, con el registro habitual de su voz, manifestó el placer que experimentaba por cómo había resultado todo y lamentaba el desgraciado suceso de la muerte imprevista del mentiroso. Cuando parecía concluir y retirarse, agregó: "Esto no lo hago habitualmente. Es un reconocimiento para todos aquellos que han sabido derrotarme." Extrajo un grueso fajo de billetes de alta denominación que depositó sobre la mesa y seguido, un pequeño estuche finamente elaborado, que dejó próximo al dinero. "La suma excede largamente el pago acordado y el joyero contiene algo que, sin duda alguna, sabrá acompañarlo en todo lugar donde se encuentre. Debe elegir uno de ellos.", expresó con claridad. 

Hasta aquí, todo era quietud y silencio de mi parte. El ego, esta vez, se impuso a la codicia y sin analizar demasiado, elegí el pequeño contenedor. "Muy bien," dijo el visitante. Recogió el dinero y partió tranquilamente. Los ojos del guardaespaldas que lo acompañaba eran dos hogueras en su plenitud. 

Ya en solitario, lo tomé entre mis manos y procedí a la apertura. Me pareció observar una pequeña burbuja de color oscuro flotando en su interior pero la una duración fue tan efímera, que me hizo dudar de su existencia. 

Allí comenzó la pesadilla.

 

 

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