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El pequeño cementerio

"Dedicado a mi amada madre, que supo despertar en mí, la pasión por la lectura.”

Ocupa un predio insignificante en las afueras del poblado. Está conformado por un grupo muy reducido de antiguas sepulturas y su mantenimiento es nulo. Invadido desde hace tiempo por la vegetación, ingresar y transitarlo es muy dificultoso. Se suma, además, la presencia de basura diversa, arrastrada por el viento y jamás removida. Los límites originales están desdibujados y ha quedado semioculto tras diversos árboles y arbustos silvestres. Identificar a los difuntos solo es posible en las inscripciones que han soportado con éxito el paso del tiempo. Están talladas en las cruces, presentes en los sepulcros.

El desuso del camposanto no tiene una explicación definitiva. Rápidamente fue reemplazado por el actual, ubicado en el sector opuesto de la ciudad. Esto determinó sus reducidas dimensiones y la pronta caída en el olvido,

Me encuentro instalado en el poblado desde hace casi una semana. Hace un tiempo bastante prolongado que no volvía a la pequeña ciudad natal. Las constantes llamadas y las imágenes de vídeo generadas mediante las redes sociales, me han permitido mantener el contacto con mis padres y eso ha prolongado la aparición de la sed por el retorno. Pero el vértigo constante de la gran ciudad ha comenzado a fastidiarme y antes de sumergirme en paraísos químicos buscando el bálsamo para soportarlo, decidí alejarme un tiempo y ver qué pasa. Tengo al alcance de mi mano, sobrados ejemplos de los estragos que ocasionan los anestésicos artificiales.

Me encuentro sacudido por la adrenalina que genera la abstinencia al frenesí de la urbe. No soy un deportista, pero he encontrado que moverme un poco, ayuda a disminuir la ansiedad. Y eso hago, repetidas veces a lo largo del día. Me calzo lo auriculares y la emprendo caminando en distintas direcciones. Me dirija hacia donde me dirija, en contados pasos me encuentro rodeado por una mar de pastizales, campos cultivados y escuálidos ejemplares arbóreos desperdigados aquí y allá. Ese mediodía, el recorrido me llevó a proximidades del pequeño y olvidado cementerio.

Marchaba con la mirada perdida, absorto en mis pensamientos y la música cuando, saliendo como de la nada misma, se cruzó una niña en mi trayecto. A unos pocos pasos de distancia y casi enfrentados, detuvo su marcha y me contempló con sus grandes e inexpresivos ojos. Sostuvimos un instante la mirada y seguido, continuó con su inequívoco recorrido, en dirección al pequeño cementerio. Sin sobreponerme del todo a la escena, también me dirigí hacia allí. Avancé todo lo que pude en su interior, lo circunscribí un par de veces, pero nada. La niña había desaparecido.

Ya en casa de mis padres y dudando sobre si expresar lo vivido o no, me decidí finamente y realicé un breve comentario. Mi padre, al finalizar, se explayó con lo siguiente:

– “De modo que a ti también se te apareció. Creo que todos la hemos terminado viendo. Lo curioso es que solo se manifiesta una vez a cada persona y en ese lugar. Puede ocurrir en cualquier momento del día, aunque sin dudas, cuando lo ha hecho de noche, el impacto es mucho mayor. Parece que es el espíritu de una niña sepultada allí. El párroco ha realizado varias visitas al lugar; ha arrojado agua bendita acompañada de lecturas sagradas, pero sigue apareciendo.”

– “Así que vi un espíritu. Los imaginaba de otra manera. Se veía muy real.”

– “Creo que eso disminuye y mucho, el miedo que termina provocando, cuando al final, se sabe lo ocurrido.”

– “Si, al menos en mi caso ¿Y hay algún registro de quienes se encuentran sepultados en ese cementerio?”

– “Oficialmente, nada. Esa información estaba contenida en libros que se terminaron quemando durante el devastador incendio de la primitiva capilla. Lo que quedan son trascendidos acerca de un grupo de personas que, huyendo del último brote epidémico, se instalaron en la región. Pero aparentemente estaban infectados y fallecieron todos, en poco tiempo. Una vez sepultados, por temor o ignorancia, el lugar elegido para los entierros solo se destinó a ellos. Rápidamente se optó por una alternativa para los nuevos difuntos, que sería el emplazamiento actual. Pero, como dije antes, no son más que habladurías.”

Unos días después me encontraba instalado en la rutina nuevamente, pero no volvió a ser lo mismo. Estaba movilizado y por ello, inicié repentinos viajes al pueblo natal con mayor asiduidad. Mis padres, muy contentos al principio, comenzaron a dudar luego, de los reales intereses de la visita, fundamentado, sobre todo, en mis constantes salidas en dirección al antiguo cementerio. Todas tuvieron un resultado infructuoso en relación a un nuevo encuentro. Realicé incluso y a pesar del miedo, una excursión nocturna. Nada. Parece que lo señalado por mi padre en su momento, de una única aparición personal, estaba en lo correcto y no había excepciones. Gran desilusión.

  * * * *  

Durante el tiempo disponible y aún sacudido por la impresión, pese al último infortunio, comencé a revolver información relacionada con lo que fuera la última gran epidemia y sus consecuencias. Después de varias lecturas, pude hacerme una idea bastante amplia de lo ocurrido. Al parecer, su origen tuvo que ver los movimientos migratorios que se produjeron debido a una serie casi simultánea de luchas internas, en un grupo de países del viejo continente. El hacinamiento y la transmisión aérea del germen, combinado con la ausencia de vacunas preventivas y un sistema de salud pública limitado, permitieron la violenta expansión y la cantidad de infectados creció de manera exponencial en un lapso muy breve de tiempo. El pánico rápidamente ganó su lugar en la población y en muchos casos, quienes tenían los medios, optaron por la huida hacia lugares remotos o con pocos habitantes, donde las chances de contagio se reducían muchísimo. Cuando la virulencia comenzó a decaer, como era de esperarse, no todos regresaron a su lugar de origen. Aunque lo anterior permite explicar en gran medida lo relacionado con la llegada y el destino del reducido grupo de forasteros al poblado incipiente, no arroja ninguna luz sobre el origen y el para qué, de la popular aparición.

A punto de alejarme de estas lecturas y olvidarme del asunto, un aviso publicitario de la época, presente en la página del periódico cuya imagen digitalizada estaba consultando, captó mi atención.

Se trataba del ofrecimiento del cuidado de las propiedades, de aquellos que se alejarían de la ciudad durante un tiempo, a cambio de una módica suma de dinero. Lo llamativo era el apellido de quien ofrecía dicho servicio, coincidente con el nombre de una de las grandes firmas inmobiliarias que dominan el mercado en la actualidad.

Días más tarde, me encontraba solicitando una audiencia en la impactante recepción del gigante empresarial. Lo hacía presentándome como un incipiente estudiante de periodismo que realizaba un trabajo de investigación sobre el mercado de las propiedades. La identificación que portaba, era en realidad, una modificación de mi vieja credencial universitaria. Soy diseñador de imágenes y dispongo de lo necesario para la adulteración. Por suerte, quién me atendió no le prestó demasiada atención al plástico e instantes después, realizaba la entrevista a un encargado de relaciones públicas. Consultado sobre el origen de la firma, me comentó que el Sr Lorenzo inicial comenzó con el cuidado de las propiedades de aquellos que se desplazaron durante la última plaga, a cambio de una comisión. Parece que la cosa fue rentable porque con lo obtenido, más el aporte de otros inversores, comenzó a adquirir algunas de esas propiedades en un momento de gran oferta y bajos precios, debido al no retorno de sus dueños. El tiempo y las buenas ideas económicas, permitieron el progresivo crecimiento de los dividendos, hasta alcanzar las dimensiones actuales. Nombró como al pasar que, entre esos inversores iniciales, se encontraba el primer Dr. Suárez, fundador del actual e hipermoderno centro de atención médica que lleva su nombre. Esto, que se presentó como algo anecdótico, terminó siendo clave para entender lo sucedido con los inmigrantes por la peste que llegaron a mi pueblo y a otros vecinos. Antes de retirarme, observé un viejo documento enmarcado y exhibido en una pared. Al acercarme, pude comprobar que se trataba de una vieja escritura de propiedad y lo que más llamó mi atención, eran las firmas convalidantes no presentes en el mismo documento, sino en otro, que sobresalía por debajo. El entrevistado, atento a mi observación, aclaró que, en esa época, se aceptaban rúbricas presentes en documentos adjuntos al destacado. Hoy, es algo totalmente descartado.

Indagando un poco más sobre la enfermedad, encontré noticias referidas al Dr. Suárez de la época. El reconocimiento que terminó alcanzando, obedece a sus periódicas excursiones a los pequeños poblados que terminaron recibiendo a los que se alejaron del foco de la transmisión. Allí, administraba un producto por él desarrollado, que técnicamente ayudaba a prevenir el contagio y facilitaba el tratamiento de los infectados. Como las estadísticas de la época son imprecisas, que tan eficaz resultó lo anterior, no se conoce con exactitud. Pero ese altruismo no pasó desapercibido, ya en su momento.

Mientras analizaba todo lo recabado, una idea inquietante se instaló en mi cabeza. Sería posible que Lorenzo y Suárez estuvieran asociados más allá de la sociedad capitalista reconocida, en una empresa destinada a la adquisición de inmuebles, pero de un modo criminal. 

 * * * *

Los días continuaron con su devenir y el desaliento se hizo presente. No encontraba el camino por donde avanzar para intentar comprobar la corazonada. Con ese ánimo viajé al poblado y a solas con mis progenitores, les comenté todos los hechos. Después de escucharme, mi padre se pronunció con evidente interés:

– “Podrías indagar sobre lo ocurrido con los arribados, en las ciudades vecinas. Tengo contactos en dos de ellas. No será necesario que uses la falsa identidad de periodista para acceder a la información”, remató con humor. Un par de llamados telefónicos y ya tenía citas concertadas para el día siguiente. En el primer lugar, solo tuve acceso a los nombres, las fechas de los fallecimientos y la confirmación de estar sepultados en un lugar aislado, al igual que en mi pueblo. Eso sí, no hubo novedades sobre la aparición de algún fantasma. 

Pero todo fue distinto en el segundo emplazamiento. Parece ser que quién oportunamente llevaba el registro de los decesos, tenía como una especie de hobby, agregar a continuación de cada caso, una breve descripción de los síntomas y signos que manifestara previamente el futuro fallecido. Con la esperanza que esa información adicional sirviera, regresé a mi pueblo.

Mi madre, también movilizada por la historia, me facilitó el acercamiento al marido de la última amiga del barrio. Se trata de un médico, ya la alejado de sus prácticas, que eligió la tranquilidad local para continuar con su existencia. Al ser consultado sobre el legendario Dr. Suárez y su medicina, el galeno manifestó que, sobre esta última, existen puntos oscuros. El propio Suárez se encargó de no dejar rastros sobre su composición y se llevó el secreto a la tumba. Se especula que era una combinación de sales minerales, algunos compuestos vegetales y un producto sintético; todo, formando una emulsión. Estaba bastante lejos de comportarse como una vacuna actual; más bien hidrataba y aportaba ciertos nutrientes. Sobre lo que más se especula es acerca del componente artificial. Se supone que éste era la clave del producto pues estimulaba el sistema inmune y mejoraba la respuesta orgánica, pero había que ser preciso con la dosis. Su exceso era fatal. De esto, Suárez era consciente y quizás obtuvo la medida justa mediante ensayo y error, para desgracia de los conejillos humanos. Mirando mis transcripciones de los registros fúnebres, el médico aseguró que varios decesos obedecieron a la enfermedad, pero síntomas y signos adicionales que se repetían con regularidad en ciertos apellidos, manifestaban algo distinto, más cercanos al fatal desenlace por intoxicación, que por la infección en sí.

Con toda esta nueva, mi padre realizó llamados adicionales y de nuevo en el último sitio, pude constatar que las familias completas y los que había desaparecido por causas no tan claras, correspondían a los inmigrantes. La confirmación viviente de todo lo que estaba investigando, llegó de manos de un anciano lugareño que me recomendaron visitar. Resultó ser un abuelo muy simpático, charlatán, con una memoria prodigiosa y a todas luces, intacta. Recordaba lo sucedido como parte de las conversaciones de sus padres entre sí o con vecinos. Habló de las visitas periódicas de Suárez y añadió el apellido de un tal Lorenzo, como alguien que se acercaba cada tanto y se relacionaba con los arribados. Que éstos, a su vez, lo identificaban como el cuidador de sus propiedades en la ciudad y cuyos servicios renovaban periódicamente. Mientras escuchaba al anciano, la conmoción interna crecía y crecía. Las probabilidades que el cuidador y el profesional formaran una sociedad homicida eran muy altas; mientras uno obtenía lo necesario para asegurarse los títulos propietarios, el segundo eliminaba a los dueños y sus herederos para garantizarlo.

Todo fue dado a conocer en un informe que terminé alcanzando a las autoridades de mi pueblo y el vecino. Era consciente de las limitaciones de la investigación y que no tenía la forma ni los recursos para seguir avanzando. Pero no quería que lo realizado quedara en el olvido. Era suficiente con el ostracismo que aún hoy, estaban padeciendo víctimas totalmente inocentes. Meses después, estalló el escándalo, provocado por denuncias realizadas en medios de difusión nacional y luego retomadas por organismos oficiales. Todo contra dos destacados emprendimientos de sus respectivos rubros. Un caso muy complejo, por la magnitud del crimen y el tiempo transcurrido.

Lo vivido me generó una sensación encontrada. Formada por la idea de justicia y la brutalidad de los hechos, mi ánimo fluctuaba a la par de la imagen que prevaleciera en el momento.

 * * * *

Decidí tomarme un respiro. Instalado un tiempo en la casa familiar y a la vuelta de una caminata, el deseo y la necesidad irrumpieron con fuerza. Mi dirigí hacia el cobertizo donde se guardan las herramientas y extraje lo necesario para la limpieza de un terreno. Tiempo después, estaba desmalezando el pequeño cementerio. Más tarde arribó mi padre y en silencio, se sumó a la tarea. Al día siguiente, algunos vecinos también lo hicieron y en el próximo, empleados municipales se encontraban recortando y volteando, la degenerada vegetación arbórea y arbustiva circundantes. Un par de hermanos, dueños de la herrería local, retiraron el escaso cerco de metal existente, rescataron lo posible y agregaron el faltante. Una tarde, mientras escarbaba y removía un matorral, apareció ante mis ojos, un diminuto crucifijo. Correspondía a la única sepultura de reducidas dimensiones. Las lágrimas inundaron mi rostro mientras las manos enguantadas recorrían limpiando, la maltrecha superficie. El nombre de Celina era legible, con cierta dificultad.

Dos semanas más tarde y aprovechando los últimos momentos de luz natural, me encontraba en solitario, dando los últimos retoques. Me puse de pie y contemplé el resultado. El otrora terreno olvidado, se había transformado en un agradable lugar de eterno descanso. Cruces enderezadas y relucientes, espacios delineados y flores por doquier, provocaron que asintiera con la cabeza. Al retirarme, corrí el pasador que bloqueaba la puerta, presente en el vallado perimetral. Mientras me alejaba, canturreando por lo bajo, la niña emergió de la nada y avanzó hacia mi encuentro. “¿Celina?”, murmuré. Detuvo su marcha un momento y una leve sonrisa se dibujó en su rostro. Seguido, continúo su camino y me atravesó como si no existiera. Una sensación de dulce calidez recorrió todo mi cuerpo durante la experiencia. Al darme vuelta, ya no estaba. A la mañana siguiente deposité un ramo de flores sobre su tumba y lo sigo haciendo, cada vez que visito a mis padres. En poblados vecinos se produjo la misma reivindicación de sus pequeños camposantos.

Celina nunca más volvió a ser vista. 

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