El chatarrero - Tesoro

José terminó aceptando un encargo totalmente inusual, movido por la caída de las ventas de los sourvenirs con los que cuenta y los pedidos particulares. El museo capitalino, en plena reestructuración, se encuentra organizando un ala destinada a la primera guerra, liberada en gran parte en el desierto. Los vestigios se encuentran disgregados en los límites más alejados del arenal y obviamente, presentan el mayor nivel de deterioro. Cada pieza en buen estado cuenta y cuesta.

 Pepe se desempeñará básicamente como guía y consejero durante la experiencia que está financiada por una fundación bastante anónima. El objetivo es hacerse con piezas destinadas a la exposición. Nunca se ha visto embarcado en algo de tan generosas dimensiones por la cantidad de gente y equipamiento que involucra. Tendrá una duración de casi dos meses y se llevará a cabo durante el tiempo que, en promedio, se sufren menos los azotes de las tormentas características. La fecha para el inicio se aproxima y el punto de encuentro se ubica cercano a su residencia. Dado que los únicos seres vivos que lo acompañan en el diario vivir son un par de cactus, el jocoso Ricky y el ensimismado Salustiano, no dejará a sus vecinos encargo alguno de alimento o bebida para los pinchudos compañeros. Otrora, fue acompañado por una lagartija que se sumó con sigilo al equipaje de una salida. Pero, así como apareció, desapareció, sin dejar explicación alguna.

 Las búsquedas se hacen en sitios muy precisos, guiadas por diarios o mapas de guerra de la época. Son verdaderas reliquias que, sin dudas, serán parte de lo exhibido oportunamente. En el lugar se cuenta con las copias digitalizadas de los mismos. Lo novedoso como equipo para acelerar el desplazamiento de la arena, son dos fenomenales turbinas que pueden soplar o aspirar grandes volúmenes, según la necesidad. Ya se han despachado dos convoyes con material surtido que incluye vestimenta, utensilios de cocina, armas de fuego cortas y largas, vainas, etc. La munición completa requiere de la aprobación de expertos y un traslado en condiciones de seguridad especiales. A este ritmo, es muy probable que todo finalice antes del plazo establecido. Con respecto al personal, solo hubo que lamentar un extraviado, deshidratados y con golpes de calor, un par con heridas de consideración y varios con menores, quemaduras solares leves a discreción y severas, en menor medida. Para los cuidados y tratamientos, se contaba con personal y equipamiento médico de primer nivel.

 En estos últimos días, un grupo reducido ha comenzado a llamar la atención del chatarrero. No disimulan una camaradería especial y han circunscrito su interés en un sector notablemente acotado. Se conducen con material de orientación propio y tienen un manejo adecuado de las técnicas de excavación y herramientas. En pocas palabras, saben lo que hacen. Consultado sobre esto con el jefe a cargo de la empresa, dice no haber recibido ninguna instrucción específica al respecto y que realizará las averiguaciones correspondientes. Dos días más tarde, el estallido aparentemente accidental de un obús estacionado cerca de su tienda, le termina costando la vida. La desconfianza, acompañada de preguntas, se ha instalado en la cabeza del recolector. Y de inmediato decide que es tiempo de ir por las respuestas.   

 Sobre este conflicto como de los dos restantes, circula multiplicidad de información. Cuanto de verdad y mentira, fantasía o realidad contienen, es muy difícil de catalogar. Un hecho que se da por cierto y detrás del cual ha habido múltiples intentos de localizarlo, está relacionado con la existencia de un tesoro, conformado por piedras preciosas. Habría pertenecido a un militar aristócrata de alto rango, integrante del bando perdedor. Al intentar salvar su fortuna, el vehículo que lo transportaba fue alcanzado de lleno por un cañonazo enemigo. En el momento, solo fue noticia su muerte. Lo relacionado con la riqueza que estaría movilizando, se agregó al suceso más adelante.

En un momento de distracción del grupo, José pudo hacerse con la información que disponían y todo hacía pensar que se trataba de la ubicación altamente probable de la codiciada riqueza. Como las excavaciones habían alcanzado niveles inusuales en extensión y profundidad, las posibilidades de encontrarlo eran elevadas. Comprobó además que respondían a cierto personaje que integraba la oscura fundación patrocinante, descendiente del militar ricachón en cuestión. Solo restaba confirmar la autoría de la explosión que “por error”, mató al mandamás y quién, tal vez, lo terminó exponiendo durante su investigación. La evidencia llegó de una manera impensada. Instalado en una de las letrinas apartadas del campamento, dos de los sospechosos pasaron conversando con total impunidad a cierta distancia, sobre cómo había sido armado el evento. De ahí en adelante, el recolector, con discreción, no dejó de quitarles la vista de encima.

 La muerte del responsable máximo de la excursión aceleró los tiempos para el retorno. José observó que el grupo cargaba ciertas cajas sobre el vehículo en el cual se desplazarían. La noche anterior a la partida, un explosivo que se mantenía apartado por la potencial peligrosidad que encerraba, desapareció de su ubicación.

A pocos kilómetros de avanzar, la caravana debió reducir su marcha hasta casi paso de hombre, por la gran irregularidad del terreno. La inesperada explosión que hizo volar por los aires al camión que avanzaba por delante del convoy, dejó atónitos a todos sus integrantes. Pepe, en tanto, contemplaba con rostro inexpresivo el humeante espectáculo.

 

 

 

 

  

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