El duende - X

Notro es un duende gigantón y en quién la fortaleza y la amabilidad también alcanzan proporciones portentosas. Es hijo de padres de contextura promedio y sin embargo, siendo apenas un chiquillo, se empezó a notar que sus dimensiones no se correspondían con la de sus compañeros. Al alcanzar la juventud, tenía la contextura definitiva. Es un coloso en relación al resto. No obstante, la pizca de inocencia que lo acompaña, permitió que fuera aceptado por todos sin resquemores. Como es de esperar, es convocado en toda actividad que requiere de un esfuerzo superior. La contraparte a dicho esfuerzo deben ser las muy generosas porciones de alimentos a ofrecerle como devolución de la gentileza.

 La parsimonia matinal fue violentamente interrumpida por el agudo chillido y momentos después, por un colorido abanico de insultos. Varios locales, entre ellos Notro, se apresuraron en llegar al origen de la extraña situación. En el lugar encontraron a un duende que seguía insultando a viva voz, totalmente despeinado y sacándose de la ropa residuos vegetales y polvo. El resto del cuadro no dejaba de impactar. Un bebé humano estaba absorto con un pequeño gorrito de color rojo que manipulaba con relativa torpeza entre sus manos. Dado que nadie prestaba la mínima atención al ofendido duende, éste comenzó a explicar a los gritos lo acontecido. Se encontraba disfrutando de la fragancia de un arbusto florecido cuando de la nada, fue tomado e izado violentamente por el monstruo. Mientras era estrujado sin miramientos, le fue retirado su cubrecabeza y momentos después, dejado caer sin contemplaciones sobre el ahora maltrecho vegetal. Casi nadie había prestado atención al relato.

 La situación requería de una respuesta urgente pues era obvio que en instantes, se desataría un verdadero vendaval de llamados y pisadas por doquier, en busca del extraviado. Notro, de la misma estatura que el humano, lo tomó suavemente de la mano libre y le sonrió. El pequeño correspondió con una sonora carcajada y lentamente comenzó a ser conducido por el duende. Mientras la pareja avanzaba con una marcha titubeante, el resto de los asistentes se dedicaba a borrar con lo que podía las huellas generadas. Hasta el duende enojado colaboraba con chalecazos en tal acción. Fue conducido con cuidado hasta el sendero de trekking próximo a la colonia y una vez allí, Notro lo hizo sentar con delicadeza. Cuando todos se ocultaron como es debido, procedió a quitarle el preciado juguete. El pequeño intentó una vana resistencia y como era de esperarse, momentos después, no paraba de llorar a todo volumen. Notro literalmente se zambulló en la vegetación. Pasos presurosos arribaron a la escena y exclamaciones de alivio y alegría terminaron inundándola.

 Las lluvias torrenciales estuvieron acompañadas casi en su totalidad por fuertes vientos. Los estragos que experimentó el bosque fueron mayores que en otras ocasiones. El porcentaje de árboles caídos se hizo notar y numerosos cursos de agua temporales irrumpieron por doquier. La fragilidad del suelo posibilitó la aparición de numerosas correderas que poco a poco fueron ganando profundidad. En algunos tramos, se terminaron generando profundos socavones. Al finalizar la pasada del agua, en los mismos podía observarse una gran cantidad de barro, acompañado de una maraña de raíces, ramas y otros restos vegetales. Una verdadera trampa caer allí.

 Concluido el violento festival meteorológico, mientras la mayor parte de la aldea evaluaba y reparaba los daños, dos rarísimos duendes aventureros llegaron con la novedad a toda prisa. Se hallaban recorriendo un cercano y profundo zanjón y cuando contemplaron en uno de los pozos localizados en su lecho, encontraron a un perro de generosas dimensiones atascado en el fondo. El animal, quizás por curiosidad, se acercó demasiado al frágil borde, que terminó cediendo bajo su peso.

 La mayoría se acercó a observar y se hizo evidente que el animal no podría salir por su propios medios. Especular con que sería encontrado a tiempo por los dueños era solo eso, mera especulación. Después de unos pocos cruces de miradas, los duendes enanos especializados en la construcción, se pusieron manos a la obra. Comenzaron a montar una estructura que soportaría a un sistema de aparejos para alzar al animal. Mientras la tarea avanzaba, se hizo evidente la necesidad de retirar en partes, al conjunto de ramas y demás que lo mantenían aprisionado en el barro. Pensar en un duende promedio para tal actividad era casi condenarlo a muerte pues era obvio que el animal iba a moverse durante el proceso. Una mera compresión sencillamente podría ser fatal. Notro, armado con un hacha y sostenido por un conjunto de cuerdas, inició el descenso. Tiempo después emergió, con la tarea concluida, lleno de barro y escoriaciones. El izado final concluyó en altas horas de la noche, justo cuando comenzaban a percibirse silbidos y haces luminosos a cierta distancia. El perrazo lanzó una última mirada, probablemente de agradecimiento, hacia un grupo de sucios y exhaustos salvadores y se dirigió hacia donde provenían las luces y sonidos. En los duendes que habitan en cuevas, esta capa adicional de mugre pasó absolutamente desapercibida.

 Dos días más tarde, la rutinaria actividad de la villa duenderil se vio interrumpida por la llegada de una gigantesca mascota portando sobre su lomo a un grupo de divertidos duendecillos. Dos de ellos presentaban muestras de haber recibido babeantes lengüetazos de alegría.

  

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