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El minero

A último momento tomó la decisión de no ir y eso probablemente le salvó la vida. A media mañana, la sirena que anunciaba un accidente en la mina no paraba de chillar. Una caterva de curiosos y opinólogos rápidamente se hizo presente en lugar. La mayoría llegó antes que los precarios recursos de auxilio que operaban en estos casos. 

La crónica de sucesos que permitían presagiar el desastre habían comenzado hacía tiempo. La mina ya había alcanzado su pico máximo de producción y pesar de todos los esfuerzos que se realizaban, el rendimiento no cesaba de disminuir. El propietario, cegado por la avaricia, inició un recorte del presupuesto que impactaba directamente en las medidas de seguridad y los equipos de trabajo. Derrumbes menores comenzaron a producirse con mayor continuidad, el drenaje del agua se tornó cada vez más deficiente por las continuas fallas en las bombas de desagote y esto hizo que, por momentos, se trabajara sumergido hasta las rodillas. Los vetustos ascensores generaban lesiones o cuando no, se plantaban en los momentos de máximo requerimiento. La iluminación era insuficiente al igual que los sistemas de ventilación y extracción, lo cual provocaba trabajar casi a oscuras en ambientes viciados por gases, polvo y además agobiantes, debido a las altas temperaturas Varios mineros habían firmado su responsabilidad por el cuidado de herramientas o máquinas que ya habían concluido con su ciclo de trabajo. Esto los terminaba obligando a contraer deudas que no paraban de aumentar y someterse a condiciones de trabajo cercanas a la esclavitud. 

Previendo el desenlace, el minero y otros dos compañeros, habían logrado sustraer un pedazo de mineral que contenía trazas del preciado botín. Lo consideraban un seguro de despido ante el inminente cierre de la explotación y que muy probablemente, dejaría a todos en la calle. El robo fue algo muy bien planeado y no por ello, exento de riesgos. Si los hubieran descubierto, la cárcel era segura o tal vez algo peor. Lamentablemente, los dos compañeros se encontraban en sus puestos de trabajo ubicados a gran profundidad, en el momento de la catástrofe. 

La extracción de los accidentados y su posterior asistencia fue penosa. Los peores presagios en cuanto a número de víctimas fatales se cumplieron sin piedad. Familias enteras quedaron diezmadas ante la pérdida de todos sus hombres. 

El minero decidió que era el momento de partir. Con total discreción, extrajo el dorado metal de lo sustraído, que se encontraba sigilosamente oculto. Lo terminó vendiendo de la misma manera en el mercado negro y con la suma obtenida, pudo garantizarse un pasaje embarcado. Éste implicaba condiciones discretas de descanso y alimento durante el periplo y si se mantenía alejado de la bebida y el juego, quedaría un resto económico para intentar un nuevo inicio. 

Se dirigió hacia un país que se mostraba interesado en la obtención de beneficios económicos a partir de la explotación minera. Ofrecía, por lo tanto, ventajas a los interesados, sean cuentapropistas o grandes firmas. Dos años más tarde, seguía intentando que el socavón rindiera algo más que permitir la mera supervivencia. Había obtenido, como el resto, el acceso a un porcentaje del usufructo. La propiedad residía en manos del estado y permanecería así durante un bienio más. El adelantamiento era posible con el hallazgo de un filón abundante que permitiera generar los recursos suficientes y adquirir el terreno. Es conveniente aclarar que la sociedad con el estado en relación a las ganancias, era vitalicia en todos los casos. 

No se trataba de una profesión heredada. Se presentó como alternativa al robo, las apuestas o la matonería. Adoptada hace algo más de diez años, el minero es consciente de que el tiempo de vida útil en esta empresa se le está agotando y que, de no prosperar en cercanías, habrá que pensar en otra cosa. Las perspectivas no son las mejores debido a la edad y el excesivo desgaste físico. 

Los dolores permanecen cada vez más tiempo y aunque no quiere dedicarle energía a esos pensamientos, no es necio y sabe reconocer cuando algo ha concluido. A fuerza de pico y pala, ha escarbado y removido toneladas de material y todo ha sido prácticamente en vano. Presiente que la veta no se encuentra lejana pero la incertidumbre de qué tanto, mina más rápido el entusiasmo. Se ha fijado un último intento de tres días de duración. De no tener suerte, renunciará a la búsqueda, devolverá el predio y con los pocos ahorros, probará suerte en la ciudad. 

El sudor corre a mares, los músculos se tensan y aflojan antes y después de cada golpe. La tarde del tercer día está llegando a su fin. Comienza a contar cada movimiento y a la cuenta de veinte, se detendrá definitivamente. Va el último y casi al final del viaje, el pico se detiene con brusquedad. Está prácticamente a oscuras en el interior de la galería. Un tanto aturdido por el esfuerzo, sale a toda prisa y vuelve de la misma manera, con la linterna encendida. Se lanza a escarbar, pero esta vez con las manos desnudas, que rápidamente empiezan a sangrar. Un último manotazo y… 

Una gruesa línea de dorado intenso que acaba de ser descubierta, devuelve un molesto y ansiado reflejo luminoso.


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