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El espíritu de la montaña

Esa mañana se paseaba particularmente inquieto. No paraba de ir y venir, recorriendo la alta cumbre congelada, con la visión casi detenida en lo que ocurría en uno de los valles que conforman la base de la imponente mole natural. Habían comenzado las obras que darían origen al primero de los múltiples túneles que, progresivamente, irían conectando las sucesivas depresiones y con ello, a cada una de las poblaciones allí asentadas. La nueva ruta reduciría de manera notable los tiempos y riesgos provocados por el uso de los vetustos caminos tradicionales que permiten la interconexión entre los vecinos… 

No se trata de un ser de gigantescas proporciones, como su título permite suponerlo, ni tampoco diminuto y según ello, dotado de mal caracter. Es más bien apacible y gustoso de la contemplación. No obstante, cuando observa que algo pueda o directamente afecte, el delicado equilibrio del ambiente y en especial, el de sus preciadas alturas, puede ofuscarse y llegar, incluso, hasta el mayor de los enojos. Se desplaza únicamente cubierto por una especie de taparrabos y como podría esperarse, descalzo. No experimenta mayor placer que sentirse cubierto por el gélido frío y retirar, cada tanto, dando suaves golpes, la capa de hielo que no cesa en su intento de querer conformarse sobre su anatomía…

El espíritu ama a quien ama la montaña. En más de una oportunidad ha intervenido ayudando, por ejemplo, a escaladores extraviados. No han sido pocos los que, sorprendidos por los violentos cambios de las condiciones climáticas, propios de las grandes alturas, terminan inmersos en una gruesa nubosidad que impide moverse con certeza y peor aún, comenzar a ser castigados por copiosas precipitaciones. Algunos de estos perdidos aseguran haber escuchado voces o hasta gritos, que les han permitido alcanzar un resguardo seguro. Lo más desgarrador que ha experimentado es no haber llegado a tiempo en la asistencia. Un par de andinistas terminaron falleciendo entre sus brazos. Totalmente debilitados por el esfuerzo y sometidos al intenso frío y la altura, fueron hallados desfallecientes y no había nada más que hacer... 

Seguía contemplando con desconfianza las obras incipientes. Dado que permanece allí desde hace un tiempo indeterminado, conoce con precisión cada punto de fragilidad estructural que presenta la montaña. El hielo, formado por el acúmulo, la temperatura y la compresión del agua caída, se dispone formando glaciares o bien extendido y siendo parte del suelo congelado. Basta con saber dónde golpear en el primer caso, para que una destructiva avalancha arrase con todo a su paso. Solo es cuestión de esperar la retirada de los obreros y en minutos, el incipiente obrador será historia. Pero antes de proceder, se decide por averiguar un poco más y no hay mejor forma que a través de un viejo compañero como el espíritu del valle. Con las últimas horas de luz, se pone en marcha para su encuentro… 

El contraste entre ambos es muy llamativo. Comparten la especie de taparrabos que los cubre, pero mientras que en uno predominan diversas tonalidades de verde y marrón, en el otro, el blanco níveo está presente de pies a cabeza. Se saludan de manera afectuosa y del mismo modo, intercambian las primeras impresiones. Hace un tiempo prolongado que no se reúnen y la vez anterior, fue en la altura, algo que no agrada demasiado a quien vive entre suaves hondonadas y espacios llanos. La conversación se tornó adusta por parte del montañés cuando consultó sobre las obras que se estaban realizando. Su expresión volvió a recuperar la calma después de la explicación brindada por el allí residente. Si bien era algo que modificaba lo natural, el espíritu del valle venía acompañado todo lo realizado desde sus comienzos y se mostraba conforme con el modo con que se llevaba adelante la ejecución. El nivel de deterioro era el mínimo posible y las ventajas para los humanos eran incontrastables. Y teniendo en cuenta esto último, era muy probable que no vayan a cesar en su intento de querer ejecutarla, a pesar de cualquier inconveniente que surgiera. El espíritu de la montaña, conforme con lo oído, se despidió con la misma amabilidad inicial y comenzó con el ascenso. La elevada temperatura del valle le resultaba una verdadera molestia, aunque jamás lo expresaría en voz alta ante su amigo… 

Nuevamente en lo alto, volvió al habitual sosiego y contemplación. Sonrió, al cruzar con la mirada, a jóvenes polluelos de águila realizando los primeros aleteos en el nido. Varias generaciones de dicha ave lo habían ocupado y seguiría así, probablemente, por otro tanto…  

El espíritu del clima detuvo su habitual tránsito por el aire, lo saludó y entre comentarios, deslizó el inminente inicio de varios días sucesivos, a pleno sol. Conocía los gustos del sempiterno compadre. El espíritu de la montaña agradeció por la noticia y se dispuso a disfrutarlos. Los primeros rayos de la nueva jornada lo encontraron de pie, recibiéndolos, con una placentera sonrisa en el rostro… 

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