Desorientado
Definitivamente había perdido el rumbo. Impulsado por el ego, inició el tránsito de un supuesto camino alternativo que le permitiría acortar tiempo y distancia, pero al final, ni lo uno ni lo otro. Intentó desandar el recorrido, pero las características del suelo, que impedían observar con claridad las marcas del calzado, el cielo plomizo por momentos y la altura de la vegetación, que no colaboraban con la orientación solar, no le permitieron lograr el objetivo. Las señales determinantes que le marcaron haber perdido el sentido fueron la ausencia de referencias reconocibles y la progresiva densidad del bosque bajo, que entorpecía a más no poder, el avance. Se detuvo, comprobó la falta de señal telefónica y maldijo por lo bajo el no haber cargado con el viejo y noble GPS.
Lejos aún de dejarse arrastrar por el pánico, se decidió por establecerse en el lugar. Habían transcurrido largas hora de caminata por un terreno donde el porcentaje de suelo plano era miserable y el cansancio se hacía sentir. Comenzó por desembarazarse de la mochila. Tenía todo lo necesario para un par de días, aunque no estaba en los planes permanecer tanto tiempo extraviado. Con la llegada de la oscuridad, la temperatura y humedad tuvieron el clásico comportamiento invertido. Mientras los valores de la primera no paraban de caer, los porcentajes de la segunda no paraban de elevarse, al igual que las capas de abrigo y su apretujamiento contra el cuerpo. El encendido del fuego no estaba autorizado en esa zona, pero no había más remedio. El cobijo que brindaban el calor y los alimentos calientes, bien justificaban un buen reto y hasta probablemente, una multa.
La ingesta había sido adecuada en cantidad y lo suficientemente nutritiva como para reponer lo gastado. Cuando promediaba una taza de té, a la luz de la fogata, los primeros vapores del sueño comenzaron a invadirlo. El descanso no fue tranquilo. Aunque no pasó frío, los momentos del dormir profundo estuvieron acompañados por sueños extraños e inquietantes e incluso llegó a despertarse completamente, al sentirse observado.
Las luces del día tardaron en aparecer. La elevada humedad se había materializado en una niebla compacta, que dificultaba enormemente la visibilidad. Todo rezumaba agua. Iniciar la marcha en esas condiciones solo terminaría provocando una pérdida aun mayor de la orientación y los riesgos de una caída o esguince eran consistentes. Hacia el mediodía, según la hora telefónica, mejoró el alcance visual, por lo que inició la marcha de manera lenta y prestando atención a la existencia de alguna pista favorable. A mediatarde, con una niebla que no se había retirado del todo y volvía a depositarse pesadamente, volvió a parar. Conseguir leña seca en esas condiciones era imposible. Tendría que conformarse con lo que pudiera cocinar mediante el calentador portátil y aprovechar su exigua temperatura para calentarse. La esperanza que los rescatistas ya estuvieran movilizados en su búsqueda, contribuía a evitar el derrumbe o la desesperación emocional. La única ventaja lograda durante el transcurso fue conseguir agua consumible pero la incertidumbre de la duración del evento, lo llevaron a racionalizar la cantidad de alimentos a consumir en cada porción.
En horas de la noche, la niebla emprendió la retirada y un cielo maravillosamente estrellado podía contemplarse en los espacios libres entre las copas de los árboles. Cuando se disponía a volver apagar la luz y cerrar por enésima vez los ojos, le pareció detectar un movimiento en la oscuridad más absoluta que lo rodeaba. Sostuvo la mirada en la misma dirección y esta vez no hubo dudas. Algo realizaba breves y rápidos desplazamientos, algo que se percibía como una sombra moviéndose entre sombras. La primera reacción fue creer que estaba alucinando producto, tal vez, de una deshidratación incipiente, la alimentación insatisfactoria y la creciente sensación de frío, que se pegaba al cuerpo como una prenda más. Ahora, ese algo, se movió más tiempo y sin dudas, directamente hacia él.
La sensación de miedo fue intensa y visceral. Permaneció paralizado mientras la inconsciencia y la consciencia libraban una batalla sin cuartel por tomar el control de la respuesta. Si la primera se hacía con la partida, la consecuencia inmediata sería salir del estatismo y la huida descontrolada hacia cualquier parte, con el probable saldo de lesiones de todo tipo y lugar e incluso lo peor, si se topaba con una caída de consideración durante el trayecto. Tras un interminable segundo, prevaleció la voluntad y tras otro instante de análisis y a sabiendas que sus habilidades para la lucha eran nulas, se decidió por dar paso a la irracionalidad, para llevar a cabo lo resuelto. Se puso de pie y con el bastón de trekking en una mano y el celular en modo linterna en la otra, arremetió a los gritos contra lo que tenía enfrente.
La patrulla de voluntarios socorristas lo encontró por la mañana, mientras venía marchando de manera decidida, por el sendero habilitado. Pidió disculpas con efusividad por las molestias ocasionadas y agradeció de la misma manera, por las intenciones que movilizaban al grupo. Le fueron atendidas por el paramédico acompañante, las marcas y cortes, algunos un tanto profundos, que presentaba en el rostro, las manos y en uno de los muslos. Las explicaciones que manifestó sobre su origen no resultaron claras. Algunos rescatistas supusieron que habría consumido una sustancia que le hizo perder el control, sufrió una rodada y a partir de allí, las consecuencias a la vista. Concluidas las tareas de desinfectación y vendado correspondientes, iniciaron el retorno.
Mientras avanzaba, por momentos, esbozaba una leve sonrisa a la par que apretaba, un poco más de la cuenta, un maltrecho bastón de trekking.
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