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Avalancha

I 

Con las provisiones suficientes como para tres días y las misivas en sus correspondientes alforjas, lleva horas marchando por el terreno congelado. Ha dejado atrás la bestia que lo transportaba y si todo transcurre según lo esperable, alcanzará el destino con las últimas luces del día venidero. Desde hace un tiempo se decidió que cubrir este trayecto solo con el esfuerzo personal, es lo más adecuado. Las condiciones del suelo en esta época del año, sumadas a la geografía del lugar, convierten a los animales de carga en un inconveniente más que en una ventaja. Entre los riesgos menos deseados y que se potencian por la soledad aparecen los traumatismos invalidantes, ocasionados básicamente por caídas y los esguinces o torceduras. A lo largo del tiempo y como ejemplos de tal peligrosidad, se encuentran los decesos casi consecutivos de dos emisarios. Los ataques ocasionados por humanos o animales salvajes en este lugar, aunque no imposible, son bastante remotos. 

Va calzado con raquetas de nieve y sobre el trineo que arrastra, descansan un par de esquís y los correspondientes bastones. El esfuerzo se incrementa por el leve pero constante ascenso. A partir de cierto momento, el déficit de oxígeno y el incrementado descenso de la temperatura ambiente, sumarán lo suyo. Uno de sus antepasados formó parte de quienes aportaron conocimiento y experiencia para el diagramado de la actual traza. 

El primer día transcurre sin novedades. Alcanza la mínima construcción que oficia de refugio. La ausencia de nevadas recientes no complica de manera adicional el acceso. En el interior, enciende el fuego revitalizador. La cena es abundante; necesaria para reponer las energías y asegurar el calor corporal. Jarra de café en mano y casi sin poder dejar de pensar en el sueño reparador, entreabre momentáneamente la puerta y contempla el maravilloso espectáculo de la aurora celestial. 

Al día siguiente y a poco de iniciar la marcha, se topa con las consecuencias de una avalancha. Automáticamente, piensa que no llegará a destino de acuerdo a lo planeado. Rodearla sumará tiempo y distancia. A medida que se mueve, de manera paralela y descendente, no deja de observarla. De la masa informe de hielo y nieve, emergen restos vegetales y fragmentos de rocas, algunos de muy generosas dimensiones. Pensar en la violencia con la que desciende, arremetiendo contra todo a su paso, simplemente estremece. Tuvo la oportunidad de presenciar a la distancia, el dantesco espectáculo. El ruido que se genera durante el avance, resulta, por momentos, ensordecedor. Se encuentra tentado, en un par de ocasiones, de probar atravesarla, pero conoce de la presencia de espacios huecos y filos, ocultos por el manto blanco y se detiene. Finalmente, alcanza los últimos indicios, a los que rodea y comienza la remontada. Antes de alcanzar la ruta, todavía distante, visualiza una pequeña excavación natural en la pared rocosa y se instala. 

Esa noche, el frío va a ser particularmente inclemente debido a la pobre protección. Es muy probable que el amanecer lo encuentre con indicios de hipotermia. Come hasta casi el hartazgo. Frijoles enlatados, huevos y carne de cerdo deshidratada en sal, circulan una y otra vez por el plato. Los últimos leños son empleados para un café nocturno, la última bebida caliente hasta el arribo. Sabe que no puede dormirse profundamente y que deberá realizar movimientos cada cierto tiempo, para no quedar entumecido. El consumo de alcohol es reducido hasta lo imprescindible. Aunque al comienzo se presenta como adecuado para combatir el enfriamiento, las consecuencias de una ingesta excesiva pueden resultar fatales. Ha visto con sus propios ojos esto último, en varias ocasiones. 

Con las primeras luces del alba, inicia una marcha lenta y algo falta en la coordinación. Con el tránsito, ya a ritmo, alcanza la posta. Despojado de lo necesario para el desplazamiento en la montaña y sobre la cabalgadura, se dirige al poblado. A la mañana siguiente y de manera segura, entrega lo portado en la oficina de su empleador.

II

Transcurren el tiempo y los viajes. Se va aproximando el momento durante el cual los mismos se detienen, por la peligrosidad que genera el descongelamiento. 

Un desconocido se acerca al empleado de correo, quien se encuentra en sus días de descanso. Solicita sus servicios como guía para realizar el recorrido y ofrece, a cambio, un pago generoso. El abordado lo rechaza, señalándole, que él no realiza tal actividad. Le nombra, eso sí, a quién lo tiene por tarea. El desconocido expresa que le ha sido recomendado en tres ocasiones diferentes por su vasta experiencia, pero, así y todo, no logra convencerlo. La empresa para quien trabaja, tiene por costumbre tentar de esta manera a los empleados y comprobar, así, su lealtad. El operador del correo lo sabe. 

Con todo listo para la nueva partida, al acercarse a retirar las encomiendas, se encuentra con el extraño en la oficina, quien ha terminado de despachar documentación. Le informan que será acompañado por el cliente, a modo de excepción, debido al elevado valor de los papeles en tránsito. Sin más alternativas que aceptar y antes de partir, se dejan en claro las condiciones de responsabilidad en caso de accidente o deceso. Momentos después, se encuentran en movimiento. 

Con todo lo necesario para la marcha pedestre, dejan atrás la posta y avanzan a buen ritmo. Siendo dos perfectos desconocidos, el silencio y el recelo entre ambos es permanente. Hacen noche en el refugio reacondicionado, después de ser alcanzado por un deslizamiento. Si el impacto hubiese dado de lleno, solo los restos, sin emerger del suelo, habrían permanecido en su lugar. 

Mientras transcurre el avance, en horas de la mañana, se produce un inesperado ataque. La suma de varios errores transforma a los atacantes en víctimas en poco tiempo. Inexpertos en la alta montaña y confiados en la cantidad y el gatillo fácil, emprenden la agresión donde no es aconsejable. El entorno, producto de las temperaturas no tan extremas, se encuentra bastante inestable. Los caballos avanzan enterrándose; comienzan a disparar desde lejos y con ello, se ponen en evidencia con bastante anticipación. El empleado del correo extrae un rifle, oculto entre las pertenencias dispuestas en el trineo y ejecuta a un bandolero; el acompañante extrae una pistola de entre sus prendas a gran velocidad y momentos después, otros dos malvivientes yacen en el suelo. Los tres restantes, aturdidos por la violenta respuesta, refrenan el ataque.

Un trueno lejano en las alturas, acompañado por la incipiente vibración del suelo, evidenció el inicio. Se hallan transitando una fracción despejada del terreno y a unos centenares de metros por delante, emergen generosas salientes rocosas. 

- “A correr”, grita quién conduce a la pareja. Mientras se desplazaban, el trineo, arrastrado por ambos, da tumbos en todos los sentidos. Los agresores, todavía apabullados, reaccionan de mala manera ante la situación. Una especie de nube rasante avanza a gran velocidad. Se encuentran casi en el centro de su trayectoria y entre alaridos de desesperación, buscan retroceder, pero es tarde. 

El dúo alcanza la protección con lo justo. Una violenta ventisca, cargada de finos trozos de hielo y nieve, terminó envolviéndolo todo. El estrépito que se produce es tan atronador, que obliga a cubrirse los oídos. Gritos de terror se escapan de manera absolutamente incontrolable de ambas gargantas. Finalmente, todo cesa y un silencio y quietud absolutos, se hacen amos y señores del paisaje.  

Con las últimas horas del día, alcanzan la anhelada posta y a la tarde siguiente, la oficina de correos de destino. Deciden, de común acuerdo, no hacer denuncia alguna. El hallazgo de los cuerpos o que alguien reclame sobre el paradero de los atracadores, es improbable. 

El acompañante retira oficialmente su encomienda, estrecha la mano con quien viajara y se retira. 

El empleado de correo, mientras va en busca de un merecido descanso, piensa que ignora el porqué del ataque y más cercano aún, el nombre de quien lo acompañó. 

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