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El chatarrero

 Padres - Don Antonio

► I ◄ 

Descendió del autobús y se ubicó a la sombra, bastante diminuta, por cierto, de la parada minimalista. El intenso calor, desprovisto de humedad, lo envolvió como un manto sofocante. La respuesta inmediata fue una serie de boqueadas buscando aire de manera desesperada, quedar cubierto de sudor casi al instante y el recitado de una buena colección de insultos por lo bajo. Don Antonio contempló con los ojos entreabiertos la desierta cinta asfáltica y a posteriori, con la mirada fija en los inicios del desierto, se dispuso a llamar a su hijo, José el chatarrero, para que viniera a levantarlo. Se trataba de un encuentro postergado y acordado de manera relativa en cuanto a la fecha. Mientras el celular emitía repetidos tonos de llamado, el padre rogaba que su hijo no estuviera en una de sus habituales correrías. 

Cuando el golpe de calor parecía inminente, una diminuta polvareda comenzó a visualizarse en el horizonte. Momentos después, un punto oscuro podía distinguirse casi en su centro. A medida que la imagen del Depecero comenzaba a observarse con más detalles, ocurría lo mismo con el nivel de estruendos que la acompañaba. El armatoste finalmente detuvo su marcha frente a Don Antonio, quién un tanto perplejo, abrió la puerta. José lo contemplaba en silencio. Don Antonio se acomodó y esbozó un raquítico “Hola”. Pepe, sin realizar comentario alguno, extrajo una botella de agua del frigobar, dispuesto a su lado en la generosa cabina y se la ofreció a su padre. “Hay mucho que conversar y resolver”, pensó para sí Don Antonio, al tiempo que casi se atragantaba, producto de los prolongados sorbos con que consumía el preciado líquido. 

Don Antonio se instaló en la casilla acondicionada por su hijo. Equipada con lo mínimo e indispensable en cuanto a comodidades, el vital aire acondicionado estaba presente y funcionando y la heladera provista con algunos de los eternos gustos del visitante. Meditado con antelación y ya en el lugar, seguía considerando como mejor opción, no forzar los diálogos y permitir que se desarrollen cuando las circunstancias lo permitieran. La mamá del chatarrero, a sabiendas de todo lo que padre e hijo tenían que afrontar, había decidido no participar del viaje y estaba esperanzada con el reencuentro entre ambos. Lo último que comentó a su marido, antes de la despedida, refería a no apurar el retorno y permitir que el amor prevaleciera sobre el ego. 

José no había tenido una infancia y adolescencia fácil en lo afectivo. Hijo único de un padre con un carácter de pocas pulgas, la convivencia durante mucho tiempo estuvo reducida a la estancia en silencio, al lado que alguien que se levantaba y acostaba con el ceño fruncido y que no emitía palabra alguna durante el transcurso de la jornada. Los pocos intentos de diálogo del vástago terminaban en preguntas sin respuestas o daban pie a furibundas discusiones. A comienzos de la juventud, el cuadro se hizo insostenible y fue al retorno de un viaje con amigos que Pepe, sin demasiadas explicaciones, simplemente agregó algunos bienes personales extra a la mochila y partió hacia su lugar en el mundo. Desde entonces, las comunicaciones entre padre e hijo fueron esporádicas y con el paso del tiempo, cada vez más distantes y menos profundas. 

Don Antonio, producto de una personalidad irascible y de poco respeto al sentido de la autoridad, había pasado por varias profesiones a lo largo de la vida. Transitó la milicia, aunque la rigidez del sistema le llevó a solicitar la baja. Aquí no se tiene en cuenta el fenomenal intercambio de golpes con un sargento que le valió la prisión durante un buen tiempo y una vez libre, el ofrecimiento para integrar un cuerpo de comandos. Consideró que la experiencia había concluido y presentó la renuncia. De manera independiente, trabajó como guardaespaldas, personal de seguridad y chofer. Cuando decidió con su esposa abandonar el estrés de la vida en el centro y trasladarse hacia la periferia de la gran ciudad, se dedicó a lo que era una verdadera pasión secreta y abrió un taller mecánico especializado en reparaciones hidráulicas. Así transcurrió el resto de su existencia laboral, hasta el reciente retiro. De allí José, quizás, heredara en parte, su gusto por la acción y la habilidad para el manejo de lo relacionado con los fierros. 

El chatarrero se mantenía impertérrito en su silencio y Don Antonio estaba comenzando a experimentar el sufrimiento que otrora ocasionara en su hijo… 

► II ◄  

El padre no la tenía fácil pero no cesaba en su intento de acercarse. Llegar hasta donde se encontraba emocionalmente no había sido una tarea sencilla y era consciente que, si no perseveraba, era muy probable que se retirara con las manos vacías y eso podía significar perder definitivamente al vástago, algo que no estaba dispuesto a tolerar. Demasiado dolor había causado para ambos ya, el tiempo distanciados.

El primer cruce de palabras llegó cuando Don Antonio se aproximó a un chatarrero verdaderamente ofuscado, por no poder terminar de acomodar una pieza en la transmisión del Depecero. Pepe no perdía la paciencia con rapidez cuando se trataba de algo relacionado con el amado cacharro, pero después de varios intentos infructuosos de querer ubicarla como correspondía, los insultos y herramientas volando por los aires, denotaban que estaba alcanzando el límite de la propia tolerancia. Don Antonio, que se mantenía en silencio y observando desde una prudencial distancia, tomó un juego de pinzas, se acercó donde Pepe y se las extendió dando un par de indicaciones. Momentos después, todo estaba en su lugar y un José, bastante cubierto de mugre, pronunció un casi imperceptible “Gracias”. 

El chatarrero todavía presentaba secuelas de la última y explosiva experiencia. Arrastraba por momentos una de las piernas y la mano correspondiente, no siempre obedecía como se esperaba. Una tarde, Don Antonio se encontraba contemplando con indisimulado interés un componente de una pieza de artillería. José se acercó a su lado y expresó:

- “Es el mecanismo que efectúa el disparo y está combinado con el que facilita la expulsión de la vaina, de un obús de la primera contienda. A pesar sus años, funciona a la perfección. Un entendido pagaría una pequeña fortuna por poseerlo.”

- “El estado de conservación es impecable. Además, o nunca se usó o tuvo pocas intervenciones. No tiene marca alguna y menos, señales de desgaste. Eso lo hace bastante único y obviamente, muy codiciable.”, respondió Don Antonio, sin quitar la vista de la preciada reliquia;

- “¿Una cerveza?, sugirió José;

- “Por favor”, respondió Don Antonio, al tiempo que se secara con el dorso de la mano, la empapada frente, producto del abundante sudor. 

Las primeras conversaciones fueron de corta duración y triviales. No obstante, con los días, comenzaron a ganar en extensión y profundidad. Al final y durante varias consecutivas, hubo gritos, insultos, frases cortantes y silencios abruptos. Cuando todo estuvo dicho, José sintió que debía tomar profundas determinaciones relacionadas con el perdón y poder seguir adelante o decidirse por no hacerlo y, en cualquier caso, asumir las consecuencias de ello. Un profundo abrazo entre padre e hijo, acompañando de abundantes y liberadoras lágrimas, permiten conjeturar con certeza sobre el camino afectivo elegido. 

Los días siguientes transcurrieron de una manera absolutamente distinta a los transitados. Don Antonio y su hijo no paraban de intercambiar experiencias y así el primero, pudo hacerse una idea bastante completa de lo que significa aventurarse en el mar de arena. 

El pedido llegó casi cuando Don Antonio estaba a punto de iniciar el viaje de retorno. Un cliente, interesado en el mecanismo de disparo y extracción, solicitó como complemento, la parte del obús donde encajaba el mismo. Por suerte, se trataba de un modelo común y abundante entre los restos y, además, teniendo en cuenta el momento del año, era muy probable que todavía estuvieran expuestos. El Depecero podía lidiar sin inconvenientes con el traslado. José aceptó el encargo y jugaba en su cabeza con la idea de invitar a su padre. Se trataba de una expedición accesible y de corta duración, de no mediar demasiados inconvenientes.

- “Siento que tengo que decirlo, pero no estoy demasiado convencido al hacerlo. ¿Quieres venir?”, expresó Pepe, de manera dubitativa;

- “¡Pensé que nunca ibas a pedirlo!, respondió de inmediato, un fascinado Don Antonio. 

Dos días más tarde, un padre emocionado y un hijo feliz, aunque con un dejo de preocupación, comenzaban a transitar entre las incontables dunas que se desparramaban hasta el horizonte...

 ► III ◄ 

Con las primeras luces del tercer día de iniciado el periplo, la pareja se encontraba trabajando a brazo partido queriendo terminar de liberar de la arena, la porción de la pieza de artillería deseada. Tal cual había previsto Pepe, los restos de varios obuses se encontraban parcialmente exhibidos y esto había permitido seleccionar al que mejor estado mostraba. 

Retirada la arena, comenzó el corte de los gruesos pernos y demás piezas estructurales. Al ritmo actual, se llegaría al final de la tarea con el sol absolutamente insoportable y a pesar de la posibilidad de desplegar una protección y continuar, la edad de Don Antonio, a pesar de su vitalidad y entusiasmo, aconsejaba detenerse para tomar un respiro. Así lo hicieron. Con las últimas horas de luz, el material buscado estaba izado y convenientemente amarrado para iniciar el retorno. 

El primer disparo impactó a una distancia propicia y absurda a la vez. De ahí en más, la cadencia se hizo casi ininterrumpida. Era evidente que se trataba de nóveles bandoleros haciendo sus primeros intentos, tirando desde una prudencial distancia, pero sin la puntería requerida. Todo jugaba a favor de la dupla en cuanto a la seguridad, pero confiarse demasiado no era aconsejable. La posibilidad de que un impacto fuera certero existía, entre tanta balacera. Mientras José corría en busca de refugio, gritó a su padre que hiciera lo suyo. Grande fue su sorpresa cuando observó que Don Antonio no solo ya estaba a cubierto sino que, además, a punto de efectuar la primera y explosiva respuesta con uno de los rifles que transportaba el Depecero. Bastaron una ronda de sus certeros disparos para que el ataque cesara por completo. O había ocasionado bajas por muertes o heridas o había impactado de manera tal, que avisaba del profesionalismo de quien respondía. 

Lo cierto es que pudieron concluir con las tareas dentro de lo previsto producto de la muy poca demora del incidente e iniciaron la vuelta. El viaje se prolongó hasta altas horas de la fría noche, momento en que fue alcanzado un pequeño y ansiado surgente de agua. Allí pernoctaron. Dos días después, arribaron a destino sin mayores novedades que las esperables, en cuanto a un par de pinchaduras y roturas menores. Una semana después, el cliente plenamente satisfecho, se retiraba con un cuerpo de obús correctamente presentado, aunque incapaz de realizar una descarga. 

José y Don Antonio se fundieron en un conmovedor abrazo que se prolongó hasta que la puerta del autobús se abrió frente a ambos. Se separaron con lágrimas en los ojos, Don Antonio hizo su ascenso y rápidamente volvió a cerrarse. El aire acondicionado y las miradas de desaprobación de quienes se encontraban en su interior, así lo exigían. La unidad se puso en marcha, breves instantes después. 

José mantenía su inundada mirada en la carretera, aun cuando la imagen del transporte se había desvanecido hacía un tiempo...

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