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El chatarrero - Explosión

El Depecero supera las expectativas más altas. Los pequeños ajustes ocasionales y solo después de grandes zamarreadas, no hacen más que confirmar su calidad. José, modestia aparte, no para de felicitarse por la forma en que pudo concretar su sueño. Armado a partir de diversos y robustos rezagos militares, la unidad muestra una solidez envidiable. Esto último y algo de suerte, terminaron salvándole la vida al chatarrero. 

No se trata de un accidente tan casual como puede interpretarse. La intensidad de las batallas desplegadas a lo largo del tiempo, han transformado a ciertos sectores del desierto, en verdaderos campos minados. Cargas explosivas de todo tipo se encuentran diseminadas a lo largo y ancho de los terrenos, mudos y sempiternos testigos de los enfrentamientos. La espoleta de un explosivo aún activo, expuesta después de un temporal y pisada por un armatoste de generoso peso, puede desencadenar un estampido proporcional al tamaño de la carga que detona. Ésta era abultada pero bastante menor a las más generosas. Fenomenales hongos se producen esporádicamente cuando un desprevenido animal, por ejemplo, entra en contacto con las últimas. El vehículo fue lanzado por el aire, comenzó a girar sobre sí mismo y se precipitó sin control alguno, sobre uno de sus laterales. Pepe, totalmente sorprendido por la circunstancia, pasó de estar al mando de un vehículo a plena marcha a golpearse contra todo lo que podía, terminar casi cubierto por la arena, inconsciente y drenando sangre por varios tajos. 

La porción del transporte que tuvo la mala fortuna de dar el paso equivocado, había desaparecido literalmente. La sabia precaución de instalar elementos de seguridad como tanques de combustible antimpacto, mangueras ignífugas y cortacorriente automático, impidieron que todo terminara envuelto en llamas. El blindaje instalado por debajo, redujo los destrozos ascendentes. 

El recolector recuperó a duras penas la consciencia y solo por breves instantes. Dolores intensos le sacudían toda la anatomía. La pérdida de sangre había sido importante y coágulos inestables habían detenido las fugas. Previo a desvanecerse y ya, de manera definitiva, pudo oprimir el botón de encendido de la unidad de pedido de auxilio, oportunamente recuperada. El artefacto tiene un comportamiento autónomo y es capaz de emitir un aviso de socorro pregrabado, acompañado de la posición actual, durante varias horas. Alcanzó a rogar que funcionara. 

Volvió a la realidad, según dicen, diez días después del accidente. El rescate inicial estuvo a cargo del colega que se encontraba más cercano. Extraerlo de los restos no fue una tarea inmediata y se terminaron sumando dos compañeros más, entre ellos Gregorio, que se mostraba como el más preocupado. 

Las secuelas fueron de consideración. La pérdida casi total de la audición y de una buena porción de la vista, en el lado del cuerpo que acusó el impacto en primer lugar ; un órgano extirpado; una abultada colección de placas, tornillos y prótesis para apuntalar el esqueleto; dolores crónicos y mil recomendaciones médicas, en caso de querer seguir con esa tarea. 

José, no del todo repuesto, se encontraba acompañando a Goyo en su gigantesco mastodonte metálico, a recuperar el semidestruido Depecero. Al arribar, escasas partes del mismo se encontraban exhibidas, debido al acúmulo de arena. El enorme brazo mecánico hizo su formidable tarea y en horas, el preciado vehículo se encontraba liberado e instalado en el transporte, que lo conduciría directo, al equivalente de un quirófano humano. Como era de esperarse, componentes valiosos habían sido sustraídos. Recuperarlos exigiría realizar visitas indeseables y pagos exorbitantes, en algunos casos. 

La nueva puesta en marcha demandó una buena cantidad de tiempo y recursos. No hubo más remedio que sacar de su prologado letargo, a la primera unidad. Como si estuviera celosa por el reemplazo, no se mostró demasiado colaborativa durante los primeros momentos.  

Una soleada tarde, como la mayoría de ellas en realidad, la quietud del desierto se vio interrumpida por el estruendo y el humo de miles de revoluciones, de dos motores que rodaban, casi desbocados. 

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