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El jinete nocturno

El rostro anguloso y pálido no refleja emoción alguna. Envuelto en su ropaje oscuro, viaja sacudido sobre el lomo del brioso animal. El resuello ocasional no parece delatar el esfuerzo de un galope sostenido y que parece no tener fin. Solo el golpe contra el suelo de las pesadas extremidades, avisan de la presencia del gigantesco azabache, que transita la oscura noche invernal. El camino, en tramos reducido a sendero, por momentos se desdibuja cuando la gigantesca luna llena es ocultada por una nube o el abundante ramerío. Cada tanto, esas prolongaciones, cubiertas de hojas finas y endurecidas por el frío, azotan con vehemencia, a la pareja en su pasada.

Existen muchos mitos acerca del jinete y su cabalgadura, que oscilan entre la verosimilitud y los concebibles solo producto de una gran imaginación o ignorancia. Hay quienes los consideran seres endemoniados, corporizados cuando la luz natural se extingue y que se desvanecen con el nuevo amanecer. Están malditos, cargan con pesadas culpas y condenados a un movimiento perpetuo. Esto es corroborado por otros que afirman haberlos visto pasar con sus ojos al rojo vivo y dejando tras su huella, una estela de azufre.

Para el propio jinete como para quienes han tenido la oportunidad de su cercanía, todo lo anterior se reduce a meras imbecilidades y como tales, indignas de hasta el mínimo crédito. Es un ser común, de carne y huesos como cualquier mortal, aunque eso sí, esquivo en sus relaciones. Prefiere los rincones más apartados de las posadas a la hora de una comida y se mantiene distante del griterío y las refriegas habituales entre borrachos. Descartado como alguien que se dedica al robo, se especula con su posible rol como asesino a sueldo, mensajero de alguien con mucho poderío o ambos. El pistolón, el cuchillo y la espada que porta, todos en un inmejorable estado, colaboran con la suposiciones.

Considera oportuna a la noche para desplazarse pero es consciente de los riesgos que esto encierra. La generosa cicatriz que recorre el lado izquierdo de su rostro es un mudo testigo de la dura experiencia. Era una travesía más, acompañada del habitual frío cortante. El movimiento repentino y poco habitual de la cabeza del semental, provocó la agazapada inconsciente del jinete. Esto ocasionó que el prodigioso disparo de una ballesta terminara rozando su rostro. Sin esa respuesta automática, la fecha habría alcanzado el blanco intencionado y el resultado hubiera sido fatal. A pesar del intenso dolor, espoleó al caballo, que aceleró su marcha. Pocos metros por delante, recibió la vista de un jinete provisto de un arma de fuego. Un nuevo movimiento de los pies y el gigantesco garañón se lanzó sobre el otro animal. La violencia del impacto lanzó al atacante y su montura por los aires. Un disparo a la nada, el golpe de un cuerpo contra un tronco y un grito, fueron la conclusión de la embestida. Tras avanzar un trecho, el herido desmontó a gran velocidad y después golpear a la bestia en la grupa para que continuara su marcha, se escondió en proximidades del camino. El sangrado y el dolor punzante eran atroces. Momentos después, dos nuevos agresores pasaron lanzados a gran velocidad. El último fue alcanzado y abatido por la descarga del pistolón. El jinete restante, intentó sin éxito, retornar y atropellar al perseguido. Fue derribado por un cuchillo, hábilmente arrojado. El largo silbido, un instante de silencio y el negro corcel que se acerca al trote, fueron el final de todo lo transcurrido.

Hijo bastardo de un noble con altísima cercanía a la monarquía imperante y de una sirvienta de sus propiedades, creció en realidad con las necesidades cubiertas e incluso, la posibilidad de recibir en secreto, clases de esgrima y el aprendizaje de idiomas. Sus progenitores mantuvieron la relación de manera oculta hasta la muerte del señor, mucho mayor que su madre. Según ella, el amor estuvo y se mantuvo presente, desde el primer momento en que se conocieron. De hecho, parecer ser que el jinete es el único hijo ilegítimo de quien era considerado el verdadero dueño del poder, en las vastas y ricas extensiones del reino.

Con el paso del tiempo y a medida que sus habilidades se incrementaban, terminó formando parte de una acotada red secreta de mensajería y solución de dificultades, básicamente ejecución, de personajes disidentes a los intereses del momento. El entramado responde a las  más altas esferas y su erradicación, hasta el momento, es un imposible. Quienes intentaron consumarlo, terminaron sus días de manera abrupta y en más de una oportunidad, con ribetes bastante llamativos.

Se dirigió al pesebre en busca del portentoso equino. Al llegar, lucía descansado, bien comido y con el pelaje perfectamente cepillado. El peón de la cuadra había realizado un excelente trabajo y la recompensa fue en proporción. Antes de partir, el jinete recibió de un lacayo que se acercó sin preámbulos, un rollo lacrado. Una vez entregado y sin rodeos, se alejó en silencio. Preguntarle quién lo había enviado era un absurdo. Preferiría morir antes que revelarlo. Instrucciones apuntaban a una próxima tarea a realizar.

El jinete se alejó hacia una zona conveniente para la lectura y destrucción del documento. Concluido, se lanzó a todo galope, al cobijo de la noche. Un nuevo cometido aguardaba por su respuesta.

 

 

 

 

 

   

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