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El Coleccionista

Se dispuso a cumplir con el sagrado ritual. Sentado en la mejor ubicación y de la manera más cómoda posible, se dedicó a contemplar extasiado, la paleta de colores que diariamente ofrece la puesta del sol. Cuando los últimos rayos se extinguen y la oscuridad inicia su recorrido, la sensación de paz y disfrute es tal, que casi siempre concluye con una pequeña dormitada.

Al reaccionar, se preguntó qué podía coleccionar esta vez. Las sorpresas y retos que surgen mientras lleva adelante la tarea, son tan movilizadores como la colección en sí.

Acumular sueños le produjo impresiones de tal intensidad, que lo terminaron conmoviendo. Para empezar el tamaño, siendo que todos son pequeñitos, aún aquellos que refieren a la grandeza y la gloria. Se pueden atrapar con una red de trama muy fina cuando las personas los descartan y quedan expuestos, muchas veces, sin encontrar destino. Ofrecen muy poca resistencia para ser capturados y se muestran dóciles rápidamente. Lo que más impacta tal vez, cuando se los observa de cerca, son las imágenes de cuasi personas, sin rostro, vestimenta y asexuados, que se mueven en su interior. Al ingresar a un humano, las imágenes, simplemente, se adaptan a las características del soñador. Exteriormente, los sueños no presentan diferencias y no hay de tantos tipos, tampoco. En poco tiempo, obtuvo una colección aceptable, pero los liberó de inmediato pues no abundan y una vida sin sueños es gris y agobia de manera inexorable.

En una oportunidad, se dispuso a formar una colección de estrellas. Recogerlas sin lastimarse es todo un arte por sus agudas y múltiples puntas. Requiere del uso de gafas pues brillan de manera intensa y eso es molesto. Cuando estaba completando la primera canasta, se detuvo un momento y tomó algo de distancia para contemplar el sitio de extracción. Lo que se mostraba ante sus ojos, no le complacía en absoluto. El pedazo de cielo, ahora vacío, transmitía tristeza y desolación en comparación al resto. Decidió que era mejor dejar todo tal y como estaba y momentos después, hasta el último astro yacía en su antiguo lugar. “Romper con la belleza por un simple antojo, no tiene ningún sentido”, se dijo, mientras se alejaba rodeado por un campo infinito de puntos, algunos titilantes.

En otra ocasión, el interés estuvo centrado en producir un muestrario de flores. Se impuso como condición componerlo de la mayor diversidad posible y para ello, tendría en cuenta las diferencias en la forma, el color, el tamaño y la fragancia de cada especie a la que tuviera acceso. Consciente del tiempo que la recolección le llevaría, procuró ejecutar un periplo lo más optimizado posible. A punto de realizar el primer corte, detuvo su mano e inició la vuelta. “La visión del más modesto de los ejemplares en su ambiente natural supera con creces a la mejor colección, aún muy bien exhibida”, sentenció con sabiduría. 

Durante un tiempo, desapareció. Ocurre que una noche, después de contemplar una intensa lluvia de meteoritos, decidió querer coleccionarlos y partió en su búsqueda.

En otro momento, mientras paseaba a la orilla del mar, con las olas yendo y viniendo entre sus pies, prestó detenida atención a la arena. Conformada por minúsculos granos, sintió el deseo de coleccionarlos. Tras recorrer variadas playas, obtuvo una cantidad satisfactoria y una vez distribuidos y contemplados, devolvió cada uno a su respectiva ubicación. “La casualidad tiene un componente grande de causalidad”, pensó, mientras depositaba el minúsculo guijarro. “Y como la primera puede ser imprevisible, quién sabe las consecuencias que pueden desatarse, cambiando apenas el destino de estos pequeños”, continuó.

La sorpresa más grande que recibió, se produjo hace mucho tiempo. La causa de ello fueron diferentes moléculas acumuladas en unas condiciones bastante particulares y que terminaron reaccionando entre sí. A ese resultado, capaz de crecer y evolucionar, lo llamó Vida y por él, se ganó el título de Gran Coleccionador.

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