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¿Aguas arriba o abajo?

El arroyuelo corre desde que tengo uso de razón. Ubicado al final de la calle donde se encuentra la vivienda familiar, lo he atravesado innumerables veces a lo largo de mi vida. El pequeño puente que permite sortearlo, resiste de manera incansable, el tránsito de los ocasionales transeúntes. De manera muy excepcional ha quedado sin agua. Se nutre de numerosos chorrillos a lo largo de su recorrido, lo cual parece garantizar, incluso durante persistentes sequías, del vital elemento. No he alcanzado su naciente, pero sí lo he acompañado en varias ocasiones, corriente arriba. Se interna en una vegetación que aumenta de densidad, a medida que se avanza. Las hierbas, ya abundantes al comienzo, gradualmente pasan a estar acompañadas de arbustos y al final, gigantes arbóreos comienzan a intercalarse. A partir de cierto momento, aparecen piedras, que terminan concluyendo en rocas. Esto termina dificultando el paso y llega un punto que el traslado se torna imposible, si no está incluida la escalada.

 He contemplado sus poco profundas aguas, con variado nivel de detenimiento, hasta el cansancio y si de algo estoy absolutamente seguro, es el sentido del recorrido de las mismas. Esta mañana, sin embargo, está ocurriendo algo fuera de lugar. Al momento de transitar la pasarela, compruebo que las aguas se están moviendo de manera opuesta. La tensión me provoca el eterno reflejo de mirar el reloj y ya, con la atención centrada en el inusual desplazamiento, me dirijo, aguas abajo, intentando encontrar la respuesta. A unos pocos centenares de metros, el avance esperable del líquido continúa a través del sistema de alcantarillado. Al acercarme al sitio de ingreso, observo, sin entender la causa, que el agua emana en lugar de progresar y sin otra explicación, continúa con el infrecuente camino.

 Absorto por la situación, simplemente giro sobre mis pasos y comienzo a transitar, lo que me llevará sin dudas, hasta los límites mismos de la cordura. “¿Estoy yendo aguas arribas o abajo?” Esa pregunta forma parte de un torbellino mental que me aleja por momentos de la consciencia. En ese estado me muevo, ignorando ser el único que percibe, la insólita condición del arroyuelo. 

 Espanto

Los pequeños afluentes se suceden con regularidad. Uno de ellos es casi imposible de detectar hasta el momento de la desembocadura, producto de la espesura vegetal que lo bordea. A medida que me acerco, una mezcla de varias de voces hablando por lo bajo y en simultáneo, puede percibirse con claridad. Me detengo frente a la boca del pequeño túnel vegetal y en cuclillas, emito un “Hola”, que no obtiene respuesta. Ante un nuevo intento, ocurre lo inverosímil. Pisadas presurosas, siguiendo el recorrido del chorrillo, se dirigen a mi encuentro. De repente, veo emerger un niño, de aspecto desgreñado, cubierto por una túnica mugrienta y de bordes deshilachados. Detiene su tambaleante avance a escasa distancia. Pese al espanto de la escena y con el corazón desbocado, estiro mi mano para tocarlo. El hace lo propio y un instante anterior al contacto, su rostro se torna esquelético. Pese a todo, persisto en la intención del contacto y ante ello, se desvanece sin dejar rastros.

 ¿Será un enano?

"¿Será un enano?", me pregunto cada vez que me doy vuelta y no puedo distinguirlo. Desconozco si se disipa o es increíblemente huidizo y logra ocultarse a tiempo en todos los intentos. Desde hace un rato que me acompaña. Puedo escuchar un incansable palabrerío que incluye insultos y maldiciones a destajo. Como la procedencia es desde abajo, supongo que se trata de un personaje de baja estatura. La fricción de la ropa y el ruido del calzado, me permiten considerar que se mueve a una distancia casi constante y próxima. El humo y fragancia que se desprenden de hierbas quemándose, me hacen creer que fuma y lo imagino, haciéndolo en pipa. El olor no es comparable al del tabaco.

En cierto momento, un fuerte pinchazo en el gemelo derecho me hace trastabillar. Desesperado y creyendo haber sido herido, levanto el pantalón, buscando el orificio y su correspondiente sangrado. Nada, pero el dolor persiste. Continuo la marcha, ahora acompañado de temor. Instantes después, ocurre lo mismo en el glúteo izquierdo y más adelante, en la zona media de la espalda. El resultado es el mismo de siempre. Ofuscado, tomo una piedra y a poco de andar, vuelve la verborragia. Sin mirar, lanzo con toda la fuerza posible, el proyectil. Es evidente que da en el blanco por el sonido y el grito que lo acompaña de manera inmediata. Giro, esperando encontrar un ser diminuto y lastimado, pero me encuentro enfrente de un coloso con una rodilla enrojecida y punto de propinarme un puñetazo con su gigantesca manaza. Cierro los ojos, esperando el destructivo impacto, pero no hay consecuencias. Temeroso, los abro y descubro que estoy solo. El impulso, tan ilógico como todo lo que estoy protagonizado, me lleva a continuar con el movimiento.

 ¿Ángel y demonio?

La tentación se hizo irresistible. La transparencia del agua, su canturreo entre las piedras y los reflejos desiguales del sol en el movedizo torrente, me obligaron a detenerme. Habiéndome sentado en una pequeña saliente, me quité el calzado. Depositando los pies en la frescura, cerré los ojos e hice el mayor esfuerzo para no pensar y disfrutar del momento. Al abrirlos, se encuentra sentada a mi lado, la mujer más bella que he podido observar. Manifiesta mis más profundos deseos en un cuerpo femenino y la pasión se enciende de manera instantánea.

Como ha sido de espontánea su aparición, lo es su cambio de apariencia. La belleza ha dado paso a todo el horror que puede contenerse en una figura humana. De alguna manera, me estoy adaptando a toda esta irrealidad y solo contemplo el cuadro, sin emitir sonido. Pasadas dos alternancias consecutivas, me desentiendo y vuelvo a la búsqueda inicial de la tranquilidad. Me encuentro nuevamente solo al levantar los párpados y me dispongo a continuar con el camino.

 La casa

La desastrosa construcción se dispone interceptando el trayecto. No tengo otra alternativa que ingresar y atravesarla para poder seguir. Al aproximarme, la puerta se abre y una vez dentro, el portazo y un alarido a todo volumen, forman parte del recibimiento. El pasillo se encuentra en penumbras. Me desplazo sobre tablas quejumbrosas. Una serie de habitaciones confluyen en el alargado espacio y cada una se exhibe, una vez que las enfrento. El contenido es variado y oscila entre lo patético, lo desagradable, lo escalofriante e incluso, todo ello combinado. La primera estancia la ocupan un grupo de fantasmas que lloran a un tercero, ubicado en un ataúd. Cuando retiro la vista, todos, incluido el pseudo muerto, estallan en una estruendosa risotada. Al transitar frente a la segunda, se despliega ante mis ojos el salvajismo más puro, representado en un feroz todos contra todos de un grupo de apariciones, agrediéndose entre sí, con las armas más diversas. Al alejarme de la carnicería, carcajadas de todo tipo se hacen sentir. Lo mismo ocurre con las dos habitaciones restantes. 

En el exterior de la vivienda y nuevamente sobre la huella, logro vencer la inercia a continuar y comienzo a tomar conciencia de todo lo experimentado. No he visto más que representaciones de mis propias pesadillas, deseos, miedos y dolores. El deseo involuntario que me empuja a seguir ha desaparecido y cuando dirijo la vista hacia la corriente, ésta fluye en la dirección correcta. 

¿Ha sido un sueño, una alucinación, un espejismo o algo por el estilo? No creo que lo sepa nunca. Cuando la realidad estalla, estoy apoyado contra un pasamanos del pequeño puente. La tensión me lleva a observar nuevamente el reloj. Ha transcurrido un minuto, desde la consulta anterior. 

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