El gaucho
“Dedicado al “Pampa” Don José Larralde, decidor como pocos, de verdades autóctonas y universales.”
Se encontraba pensativo, pero no nostálgico. Había iniciado hacía unos momentos la segunda ronda diaria de mate amargo y no pudo dejar de contener una sonrisa cuando salió de sus cabileos y observó a sus pequeños hijos jugando. Su esposa, en tanto, terminaba de alimentar a las gallinas y un par de patos silvestres aquerenciados y se dirigía hacia la huerta a recolectar algunas verduras y hortalizas para el almuerzo.
Era un tanto reservado, pero mostraba con facilidad su lado alegre cuando las circunstancias lo permitían. Después de un par de succiones, nuevamente la nube de ideas y sensaciones se hizo presente. Transitó los recuerdos de una infancia tumultuosa y una adolescencia con prontas incursiones al calabozo. Apenas tuvo la edad suficiente y con la acusación de ser un mal entretenido, fue incorporado a la milicia, dispuesta en la línea de fortines. Ésta última constituía la barrera de separación entre la civilización y los considerados bárbaros. Le tocó enfrentar a los últimos coletazos de los malones dedicados al saqueo, el cautiverio y la muerte. Poco podían hacer los infieles contra la pólvora, pero si lograban flanquearla, eran temibles en la lucha cuerpo a cuerpo. El olor a sudor podía percibirse desde cierta distancia y saber esquivar los bolazos o el revoleo de la tacuara, representaba la diferencia entre salir victorioso o pagar con la vida durante el enfrentamiento. A pesar de haber convivido con su lado más violento, no pudo cargarse con bronca hacia los que veía realizando medidas desesperadas para proteger lo suyo. Victimas de promesas y acuerdos fraudulentos, los considerados cual animales, no dejaban de ver como los espacios que otrora utilizaban para desplazarse y obtener sustento, eran gradualmente ocupados. Y como recompensa y para completar el ninguneo, recibían el más absoluto desprecio.
Apenas cumplido el plazo de la sentencia se retiró y marchó hacia la gran ciudad, donde los movimientos separatistas estaban en pleno auge. Terminó involucrado en uno de los bandos. Las luchas intestinas eran igual de violentas que las protagonizadas en la frontera. No había diferencias entre los considerados brutos versus los ilustrados, a la hora del derramamiento de sangre. Hastiado de la intransigencia hasta lo absurdo, se retiró buscando el sosiego, en los espacios abiertos.
Se empleó a las órdenes de un magnánimo latifundista. El patrón supo observar sus cualidades humanas por encima de las rudimentarias habilidades con las tareas de campo. Éstas fueron puliéndose con el paso del tiempo y se terminó destacando en todo lo relacionado con el manejo de las grandes bestias. Hábil jinete y en la pialada con el lazo, sus servicios eran requeridos durante la búsqueda y captura del ganado cimarrón.
Conoció y trabó una relación amorosa con la hija de un puestero. La suerte cambió definitivamente cuando salvó de algo más que una paliza, al vástago del propietario. Mujeriego, jugador y nada proclive al trabajo, fue esperado por el dueño del garito y un grupo de malvivientes, durante un retorno al establecimiento. Rodeado y a punto de ser sometido, fue salvado por la fortuita aparición del gaucho, que no se dejó intimidar por las bravuconadas de una sarta de cobardes. En reconocimiento, el patrón le ofreció una fracción de tierra a un precio irrisorio y a pagar en módicas cuotas. Un obsequio bien disimulado, sin dudas.
Contrajo nupcias y se instaló en su propiedad. Continuó con el trabajo hasta el fallecimiento del anciano terrateniente. No quiso permanecer bajo las órdenes del descarriado heredero y se mandó a mudar sin preámbulos. Los comienzos de una vida laboral independiente no fueron fáciles, pero pudieron ser sobrellevados. Las turbulencias políticas y sociales parecían haberse tomado un respiro y con ello, llegó la bonanza. Los momentos de zozobra material y anímica tomaron distancia. Nuevos vecinos, entre ellos inmigrantes, se establecieron en proximidades. Las tierras y el clima no eran muy favorables para la agricultura a gran escala y por ende, la ganadería era la actividad económica dominante.
El gaucho dio un nuevo sorbido que agotó el mate. Mientras lo rellenaba, una serie disonante de mugidos inundaron los alrededores en la soleada mañana.
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