El chatarrero - ¿Traición?
“No conozco esa historia”, expresó José mientras quitaba la vista de la amarillenta instantánea y extendiendo el brazo, la devolvía a su propietario.
“Es una de las tantas que se entretejieron a lo largo del Gran Conflicto”, respondió el visitante mientras guardaba la foto en un sobre y a éste, en el interior de una agenda. “Como ya le comenté, solo se trata de un rumor que mi padre escuchó en su juventud. La fuerza nunca exigió la devolución de la condecoración ni se le retiraron los honores póstumos que oportunamente recibiera mi abuelo. Sin embargo, la duda sobre lo que realmente ocurrió durante esa misión, lo persiguió como una sombra, a lo largo de su existencia. Transita sus últimos días en este mundo, y si fuera posible, me gustaría despedirlo con alguna certeza”.
“¿Conoce el sentido de la vieja expresión de hallar una aguja en un pajar, verdad? Porque eso se aplica perfectamente a lo que Ud. quiere demostrar”, exclamó el recolector con un cierto cansancio en la voz.
“Soy consciente de eso. Pero el amor que siento por mi padre, justifica el intento.”
El viajero pretende demostrar que su abuelo no fue un traidor. El rumor que llegó a oídos de su padre, un tiempo después del suceso, es que abandonó la aeronave que pilotaba, minutos antes de estrellarse. Así pudo salvar la vida, mientras que la tripulación completa pereció. Nada de eso pudo verificarse, pero alcanzó para turbar a su progenitor definitivamente. Tras años de insistencia, pudo obtener de los medios castrenses, la trayectoria que describía y el punto donde se perdió todo contacto. Además, le fue informada la sigla que identificaba a la máquina.
Pepe, a pesar de lo absurdo de la propuesta, la terminó aceptando. Casi se desdice cuando el ahora cliente, realizó el pedido de poder acompañarlo en la excursión. Le garantizó que no sería una carga pues contaba con experiencia suficiente en travesías de esta clase y lo más importante, que acataría sin cuestiones, las directivas del recolector. Éste no cambió la decisión que tomara al comienzo.
Al día siguiente, un entusiasta Lucio, tal el nombre del nuevo compañero de ruta, se presentó con una serie de viejos documentos, entre los cuales figuraban las coordenadas de la última posición del accidente. Los sellos militares todavía eran visibles en los amarillentos papeles. José ingresó los datos en un software especializado para establecer probables ubicaciones actualizadas de objetos, teniendo en cuenta sus dimensiones, forma, peso, la fecha de origen del suceso y la actual, la estadística de los vientos de la región, etc., etc. Obtener el resultado requería algo de tiempo y mientras tanto, el chatarrero consultó el avance climático del sector que visitarían. La mala noticia era que dispondrían de una semana en el lugar, antes que las primeras inclemencias dijeran presente. Decidieron acelerar el tiempo de partida al máximo posible.
Después de dos días de una marcha bastante presurosa y que el engendro mecánico soportó con hidalguía, arribaron a destino. El posicionador satelital, provisto de una precisión que se acercaba al milímetro, así lo determinaba. Tal nivel de exactitud se encuentra totalmente prohibido en el ámbito civil, pero es algo que José no tiene intenciones de rebelar. El detector de metales, ajustado al máximo nivel de sensibilidad, entró en servicio. De acuerdo a la proyección que arrojó el programa consultado, la búsqueda debía circunscribirse a un semicírculo de un kilómetro de radio. Un dato, alentador quizás, era que la aeronave no debía encontrarse cubierta por más de un metro de arena.
El paso de los días confirmó el hallazgo de distintos fragmentos, pero nada se asemejaba a lo esperado. El tiempo comenzó a cambiar lentamente y todo hacía presagiar que la tormenta se estaba adelantando. Acordaron intentarlo un día más y emprender el retorno al final del mismo. Desafiar al desierto no es algo aconsejable, si se aprecia la propia vida.
Cuando la intensidad del rigor solar aconsejaba detener la actividad, el detector lanzó un agudo pitido. Se efectuaron varias mediciones y el resultado final parecía coincidir con los restos deseados. Se armó una estructura protectora de la inclemencia del astro rey y debajo de ella, comenzaron las excavaciones. A las pocas paladas, comenzaron a emerger partes. El corazón de Lucio dio un brinco cuando la inscripción alfanumérica descubierta, coincidía con la ya obtenida. Dirigieron el esfuerzo hacia la búsqueda de la cabina y la hallaron durante la tarde. Lucio paleaba con tal frenesí que José tuvo que ayudarlo para que se calme o sufriría un colapso. Restos humanos sujetados al asiento del piloto por fragmentos de metal y vidrio, se hicieron visibles. Lucio rompió en un llanto conmovedor. Pedazos de tela pertenecientes a un pañuelo de cuello que, según su padre, el abuelo portaba durante las misiones, como una forma de tener presente a la familia, se observaban todavía, por debajo de la caída mandíbula. Lucio tomó una pequeña muestra, guardó un momento de silencio y comenzó a cubrir lentamente al cuerpo. José se mantenía a unos pasos por detrás, sin emitir palabra y con una humedad poco habitual en sus ojos.
Días más tarde, Pepe recibió del muy agradecido último cliente, un mensaje donde expresaba la partida de su padre. El dolor no tenía la intensidad esperable de ese momento. Le seguían resonando las palabras y gestos de agradecimiento del progenitor, cuando reconoció la tela del pañuelo que su madre había confeccionado y las circunstancias en las que había sido encontrado.
José concluyó con la lectura un tanto enturbiada, producto de una humedad poco habitual en sus ojos.
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