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El chatarrero - Infierno

José se encuentra desparramado sobre la reposera. Es el atardecer de un día realmente bochornoso producto del intenso calor, pero eso no parece afectarlo. Por momentos dormita y sale de ese estado, abriendo pesadamente los párpados. Estuvo muy cerca, esta vez. Sabía de antemano que se enfrentaba a uno de los mayores riesgos de la profesión y casi lo paga con la vida. El aire sofocante que lo envuelve no le molesta sino todo lo contrario, lo traga con placer. Está vivo, se siente vivo y agradece por eso.

La pieza solicitada se localiza en el nivel más profundo de la chatarra encimada. El equipo de prospección de suelo, similar al utilizado para la detección de petróleo, permite su hallazgo y traza un perfil que muestra tres capas u horizontes de material de guerra acumulados sobre sí. Todos pertenecen a la misma contienda, pero en diferentes momentos. El apilado es provocado por los feroces vientos que, a lo largo del tiempo, mueven y remueven el poco consistente terreno. Poder acceder a lo más profundo es posible realizando grandes excavaciones laterales con el costo adicional de tiempo, esfuerzo y recursos o bien, perforando a través de los desechos y alcanzar el nivel deseado. Una verdadera locura esto último, teniendo en cuenta los posibles desplazamientos o derrumbes que pueden generarse, en el durante del procedimiento. Quedar atrapado y morir luego o perecer al instante, es una posibilidad tangible en cada segundo que transcurre. Como testimonio, hace un tiempo, participó de un infructuoso intento de recuperación de un colega donde, además, casi les cuesta la vida a los tres rescatistas.

Lo que más le molesta es haber intentado alcanzar el encargo, conociendo de sobra lo anterior. Es pública una cláusula de incumplimiento del servicio, producto de la ubicación muy riesgosa del objeto solicitado. En ese caso, solo se cobran los gastos del traslado y el uso del equipo de rastreo. Pero hizo caso omiso de todo y continuó con la tarea.

Lleva dos días cortando paneles, largueros y retirando desechos de todo tipo. El avance se hace en condiciones casi sofocantes y la exigencia física es brutal. El consumo de agua para la hidratación y el enfriamiento está al límite de la cuota diaria y solo puede sostenerse de esa forma, un par de jornadas más. El equipo de trabajo, correctamente mantenido, responde como se espera a pesar de las circunstancias. Constantes filtraciones de arena que se asemejan a pequeñas cascadas y una oscuridad casi absoluta, completan el entorno próximo a una pesadilla.

El sonido, indiferenciado al comienzo, comenzó a ganar en persistencia e intensidad. Acompaña a un mamparo de grandes dimensiones, que ubicado en el estrato superior, ha comenzado a deslizarse. Inicia la caída y la velocidad se incrementa, facilitada por el boquete donde trabaja el chatarrero. La estructura en movimiento se asemeja a la embestida de un animal enfurecido, que golpea a todo lo que se cruza en el camino. Alertado y de casualidad, Pepe ha encontrado una burbuja y logra avanzar hacia ella, evitando el golpe directo de todo lo desciende. El sonido, ensordecedor en su apogeo, mengua gradualmente, a medida que la lluvia de escombros hace lo propio. Finalmente, todo se detiene y un silencio casi total se instala en una atmósfera agobiante que, además, sufre la invasión del polvo.

Entre accesos de tos, busca evitar que el terror se apodere de sí y pierda el control. De ocurrir, le aguarda un final atroz. Conseguido a duras penas preservar el equilibrio, evalúa la situación. Salvo algunos magullones, no hay mayores consecuencias físicas. Pero la escena es crítica. No dispone de mucho tiempo para intentar una salida. Agotamiento y deshidratación no tardarán en aparecer y de ahí en adelante, todo será una cuesta demasiado arriba. Aunque el conducto no se obstruyó totalmente y aire y algo de luz están garantizados, el espacio libre no permite el pasaje de una persona. De las herramientas al alcance de la mano, dispone de un martillo y del soplete, que milagrosamente funciona. Lo mismo ocurre con la linterna del casco.

Golpea las paredes que lo rodean y el sonido de una de ellas permite suponer la existencia de un nuevo espacio detrás. Trabajosamente, realiza un corte y se desliza por él. Tiene la impresión de haber ingresado a una especie de caldera de grandes dimensiones. El conducto que sirve de tiraje es generoso y puede incursionar por el mismo. Una rápida inspección del entorno no arroja resultados alentadores y se decide por el ingreso a la chimenea. Ésta, sin dudas, apunta, a pesar de la inclinación, hacia arriba. Comienza la trabajosa trepada. Recorre un trecho y los primeros signos de la falta de agua se hacen manifiestos. Continúa con el esfuerzo, aunque más lentamente, debido al intenso cansancio que lo invade.

Comienza a toparse con arena. Persiste en su intento de subida hasta que no hay espacio suficiente. Sin mediar raciocinio alguno, empieza a escarbar. El sudor le nubla la vista y con rabia, seca las gotas salobres. Las manos sangran y duelen, pero continúan con la tarea. Escupe como puede, la arena que accidentalmente ingresa a su boca reseca.

Lanza los últimos manotazos. Que el final lo encuentre dándolo todo. La mano golpea y se hunde en la arena para luego retirarla, pero esta vez, la resistencia que ofrece es mínima. Y cuando es removida, un rayo de luz se cuela por hueco.


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