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Eusebio Saavedra Pont


Las ganas de asistir a un servicio fúnebre son casi inexistentes, pero se trata de uno de los socios fundadores. La no concurrencia puede ser muy mal vista, sobre todo en vísperas de una próxima y evidente reestructuración de la empresa. Todo transcurre dentro de los cánones habituales. Al terminar, decide dirigirse hacia el sector antiguo de la necrópolis. Allí descansan sus abuelos, fallecidos hace decenios. Guarda de ambos buenos recuerdos pese al muy poco tiempo compartido. Apura el paso. Sabe que no hallará la sepultura de una manera inmediata y la disponibilidad de luz natural es acotada en las tardes de invierno. Durante la búsqueda, al girar pasado un mausoleo, la visión de una tumba revuelta lo detiene. Debajo de los restos de un cajón parcialmente emergido, puede observarse claramente una mano. Sin apartar la vista, toma el celular y realiza un llamado a emergencias. Producido el arribo de las fuerzas de seguridad, describe lo protagonizado. Antes de retirarse, lee y retiene el nombre de quien se encuentra sepultado en el lugar.

Pasan los días y es llamado a declarar en un par de ocasiones. Por las redes, se entera que el cuerpo corresponde al de un visitante más, que, sin razones aparentes, fue atacado y salvajemente golpeado hasta el deceso. Del cuerpo originalmente sepultado, no existe ningún tipo de rastro, más que pequeños fragmentos de las distintas telas presentes en las prendas que vestirían al extinto.

 En un momento de ocio, ingresa al buscador el nombre que revelara la placa en el sepulcro. Se trata de Eusebio Saavedra Pont, un auténtico inepto, fallecido de manera poco clara, hace casi un siglo. Parecía que su única meta era el despilfarro de la fortuna heredada en un sinfín de fiestas y viajes. En relación a esto último, lo llamativo fueron ciertos destinos, no habituales para un juerguista, localizados en remotas regiones de África y Asia.

 Con todo el revuelo, había quedado pendiente la visita a la sepultura familiar. Nuevamente en el cementerio y movido por la curiosidad, decide pasar primero por donde acontecieron los hechos. La tumba había sido ordenada y nada despertaba la curiosidad. En el momento de emprender la marcha, observa que próximo a uno de los calzados, se encuentra una pequeña fracción irregular de tela oscura. Recuerda lo leído en las noticias y lo asocia a un resto que permaneció allí, a pesar de la limpieza. No obstante, pocos pasos más adelante, un nuevo fragmento estaba presente y luego otros dos, más allá. Desaparecían sin más. Recogió el último, sin demasiado análisis.

 Investigando sobre la vida del personaje, leyó sobre sus hábitos desordenados, una cierta adicción al esoterismo y además, la dirección de la vivienda. Según imágenes actuales, la residencia permanecía en pie y fue a visitarla durante un tiempo libre. No quedaba lejos del lugar de trabajo. Encontró una antigua casona completamente restaurada y convertida en museo. Fallecido el propietario y sin herederos que la reclamaran, pudo sortear de manera decente el paso del tiempo y pasó a dominio público. Tras décadas de usos diversos, el último usufructo está en manos una fundación, que la destina a exhibiciones variadas a lo largo del año. Mientras la contempla desde la vereda vecina, alguien se le aproxima.

– “Comisario González, ¿me recuerda?”, le comenta, mientras despliega la identificación.

– “Sí, estuvo presente en una de las declaraciones. ¿Qué se le ofrece?, expresó con algo de inquietud el consultado.

– “Nada, en particular. Simplemente, creo tener como Ud., interés en todo lo ocurrido. Sobre todo, después del nuevo asesinato.”, respondió el policía, con la vista clavada en la construcción.

– “¿Cómo, un nuevo asesinato? ¿Cuándo?”, dijo y esta vez, con los ojos exageradamente abiertos.

– “Anoche, pero aún no trascendió. Las circunstancias son casi idénticas al anterior.”, señaló y ahora, mirando directamente al interlocutor.

Éste, evidentemente perturbado, se retiró del lugar en silencio.

 

1


Con respecto a las prácticas esotéricas, no se alejaban de los cánones habituales del momento. Era bastante común en esos círculos sociales, las reuniones periódicas y acotadas entre quienes tenían las mismas ideas y como parte de la dinámica, invitar a una médium e intentar el contacto con el más allá. En general, los resultados esperables de esos encuentros eran algún desmayo, posibles gritos y la espantada de los más susceptibles. Si se entablaba finalmente algún tipo de conexión, no existían pruebas fehacientes que permitieran demostrarlo.

 El crimen finalmente fue noticia y toda clase de especulaciones surgieron al respecto. Las más sensacionalistas, como es esperable, acapararon la mayor parte de la atención y, por lo tanto, fueron las que más perduraron. En ambos casos, no había pistas concretas para determinar el cómo ni el porqué de lo que estaba ocurriendo.

 De alguna manera, Pedro comenzó a sentir cierta conexión con el antiguo parrandero y siguió su pista. Revolviendo en distintas fuentes, pudo obtener algunas precisiones sobre sus viajes a los destinos exóticos. Parece ser que al final, se tomaba muy en serio la posibilidad de relacionarse en vida con la trascendencia y cada vez que se informaba sobre alguien que podía lograrlo, sin importar donde viviera, se dirigía a su encuentro. Precisamente, sus días en este mundo culminaron, a muy poco del retorno de una de estas salidas. Según los relatos de quienes lo rodeaban, presentes en las crónicas de la época, su carácter había cambiado de manera drástica y pasó a vivir oculto y muy temeroso. Era atormentado, según él, por seres infernales e imágenes fantasmagóricas. La muerte lo sorprendió una madrugada, desnudo, en un estado de alienación casi absoluto y con su peso habitual muy disminuido. Vestido con ropa festiva y laboriosamente maquillado, pretendiendo amortiguar su actual semblante, fue sepultado tras un breve servicio, en una tumba ordinaria. De los bienes que aún le sobrevivían, dieron cuenta en los días sucesivos, una larga fila de acreedores y algunos vivos que se aprovecharon de la situación.

Intrigado por el desenlace y la imprecisión del lugar visitado por Eusebio durante la última travesía, comenzó a recabar también, información sobre las prácticas esotéricas tanto asiáticas como africanas. Todo esto, mientras transitaba las turbulencias laborales, tan cargadas de incertidumbre, que empujaban la ansiedad hasta el límite. Tras una completo rediseño empresarial, que arrojó claridad sobre su futuro, pudo abocarse de lleno a lo que atraía su atención. Y nunca en un momento tan preciso, debido al tercer crimen relacionado, que acababa de perpetrarse.

 Se acercó al cementerio y junto a otros curiosos, pudo observar a la distancia, condiciones similares de las que fue testigo directo en el primer caso. Entre el personal policial asistente, se encontraba González, que no paraba de moverse y quién, en un momento, giró su vista hacia los apartados observadores. Se terminó cruzando con Pedro, que le realizó un leve gesto de aproximación con la mano. Ya apartado de los curiosos, cuando el interesado se encontraba próximo, le lanzó un:

– “Comisario, ¿cree Ud. en los espíritus?”

 En el añoso y concurrido bar, ubicado a una cuadra del cementerio, compartiendo una mesa y café de por medio, Pedro y González, intercambian palabras.

– “Espíritu, ente, fantasma, espectro o como decida llamarlo, comisario. La idea es la creencia en lo sobrenatural”.

– “No estoy del todo seguro sobre lo que creo al respecto. ¿Por qué me lo plantea y qué tiene que ver con lo que está sucediendo?

– “Puede que todo o nada de nada. ¿Conoce sobre las aficiones al esoterismo que tenía el difunto Eusebio?”

– “Leí algo al respecto. Parece que, en relación a eso, eran los viajes que cada tanto realizaba, a lugares raros. Perdón, me corrijo. Pocos frecuentados por los amantes del turismo o en busca de diversión.”

– “Tengo la impresión que, en la última travesía, dio con alguien que no era un farsante en esto de conectarse con el más allá y se trajo consigo algo más que un momento de sobresaltos.”

– “¿Un espíritu, tal vez?”


2


 – “Lo que voy a contarle puede sonarle a burdo y una verdadera pérdida de tiempo, pero permite explicar en gran medida lo que ha estado y sigue ocurriendo. Soy consciente que el relato tiene algunos baches, pero en general, concuerda con los hechos. Sobre el destino del último periplo de nuestro fiestero no hay precisión, por lo que estuve leyendo sobre el esoterismo de los lugares que frecuentaba. Todo parece indicar que se dirigió al oriente profundo y allí, tuvo algún tipo de acercamiento con un ente del desierto. Muchos de ellos son, en general, violentos, producto de las malas acciones de quienes los contenían. Quedan condenados a permanecer en silencio, durante mucho tiempo, en un estado intermedio entre esta realidad y la celestial. Pasado ese período, pueden recibir el perdón y así liberarse, o no. Esto último los llena de odio y buscan venganza contra la especie que los condenó. Me sigue con el relato, ¿verdad?”  

– “Hasta ahora, sí. Preguntas: ¿Por qué todo esto comenzó a suceder en el último tiempo y no antes, o después? ¿Dónde reside actualmente la entidad?”

– “Puede que le haya llegado la noticia que no estaba perdonado y desde entonces, está furioso. Con respecto a donde se encuentra, aquí viene lo más insólito. Es muy probable que la mayor parte del tiempo se encuentre en los restos del féretro y la restante, movilizando lo que queda del desgraciado despilfarrador.”

– “No entiendo, ¿cómo sería eso?

– “Eusebio, sin dudas, está bien muerto desde hace mucho tiempo y el alma se vale de sus restos para golpear a las desafortunadas víctimas, escogidas completamente al azar. Según tengo entendido, no guardan ningún tipo de relación entre sí. Es muy probable que esos restos estén actualmente depositados en algún viejo mausoleo, vecino a la tumba. La entidad queda agotada después de ir a buscar al “homicida”, agredir y volver a depositarlo en su lugar. Mata cada vez que recupera fuerzas. El tiempo que necesita para hacerlo, sería el intervalo entre cada asesinato.”

– “La verdad, es que todo suena bastante ridículo. Y ya que estamos, ¿Por qué las víctimas terminan siempre semienterradas?”

– “Tal vez el espíritu intenta poseerlas, pero sin suerte. Como le dije al principio, esto podría ser la solución o un mero relato fantástico. Lo que podría ayudar a confirmarlo o directamente descartarlo, sería encontrar lo que queda de Eusebio.”

 El comisario terminó su café y se puso de pie en silencio. Antes de retirarse, miró escrutando a su acompañante y le soltó un: “El martes, a las 14,00 hs, en la puerta del cementerio”. Mientras se alejaba, no cesaba de negar con la cabeza.

 Llevan algo más de una hora mirando, intentando forzar el acceso a las construcciones vecinas a la sepultura, pero sin suerte. Cuando todo parecía indicar que el final de la extraña búsqueda era inminente, el sonido, a cierta distancia, de bisagras no lubricadas los sobresaltó. Lo provocaba el movimiento, a causa de la briza, de una de las puertas de un obsoleto panteón. Hacia allí se dirigieron.

La construcción es de generosas dimensiones y una gran colección de ataúdes, cubiertos por finas telas y polvo, descansan en la parte superior. En un costado, la escalera posibilita el acceso al subsuelo. La luz natural que ingresa por los grandes ventanales superiores provistos de elaborados grabados, asegura solo la visibilidad en ese ambiente. Antes de descender por los mugrosos escalones, encienden las linternas de los celulares. Marcas en la pared les hacen saber que el lugar ha sufrido inundaciones a lo largo del tiempo. Eso permite explicar el fuerte olor a cuerpo en descomposición imperante y la elevada sensación de humedad que los envuelve. Antes de alcanzar el último peldaño, se encuentran con los fragmentos de un esqueleto, cubierto por lo que permanece de distintas prendas. Los pequeños fragmentos desparramados a su alrededor, evidencia que se siguen rompiendo. Pedro y González se miran en silencio. El análisis posterior de estos fragmentos y los hallados en la escena del crimen, permiten confirmar que se trata de la misma tela.     

 Los asesinatos se han llevado a cabo con una diferencia de entre siete y diez días. Teniendo en cuenta el lapso más corto, aún disponen de cuarenta y ocho horas para evitar que el espectro haga de las suyas. González, ahora más cercano a Pedro, le cuenta que, a largo de su carrera, distintos compañeros han expresado haber sido protagonistas de hechos donde, la única explicación posible para todo lo ocurrido, era recurriendo a lo sobrenatural. Para él, ésta es su primera vez y espera que sea la última.


3


La ignorancia sobre como detener al espíritu es absoluta. Se supone que al liberarlo del cuerpo o perdonándolo, es posible que se calme. Todo es meramente especulativo. Es necesario encontrar a alguien que realmente esté en el tema y sepa cómo proceder. Pero la situación es tan ríspida que hay que moverse con absoluta discreción. González consulta en solitario la base de datos de la fuerza y los resultados, hasta el momento, no son muy alentadores. Las denuncias contra charlatanes y sus estafas, están a la orden del día y eso es obviamente descartado. Tras varios repasos, empleando distintos filtros informáticos, solo un nombre sobrevive. Es el caso de alguien que básicamente, ha recibido esporádicas acusaciones por sustos mayúsculos. Hasta el momento, no ha recibido, siquiera, una multa. No es mucho, pero vale la pena consultarlo. Por suerte, reside donde siempre. El reloj sigue corriendo.

El vidente escucha el relato con especial atención y al finalizar, da su veredicto:

– “No he tenido la oportunidad de interactuar jamás con ese tipo de entidades. Se dé su existencia y su carácter agresivo cuando están enojados. La única manera de ponerle fin a esta situación es, como han expresado de manera casual, disociarlo del cuerpo al que se unió. Quedará en el limbo, esperando el ansiado perdón, pero sin la capacidad de dañar en este mundo. Mientras eso no ocurra, hay que rogar que ningún médium decente se conecte con él y lo vincule a un nuevo sujeto, Sería un volver a empezar.”

– “¿Y cómo se haría esa separación?”, expresó González, interesado.

– “Lo ideal sería cuando se encuentre en el punto más bajo de energía, pero eso se produce después de cada crimen. Por la proximidad de la fecha a una nueva aparición, sin dudas, se debe encontrar con bastante ánimo. Al sentirse agredido, va a intentar defenderse a través de los restos del pobre Eusebio. Éstos tienen que ser retirados y alejados del lugar donde se encuentran.”, señaló el vidente.

– “Pero, ¿cómo saber entonces dónde está? Los restos, al menos, dan una pista”, remarcó Pedro, sorprendido.

– “Eso es cierto, pero existen técnicas, que, combinadas con la oscuridad, permiten una visibilización parcial pero suficiente. No obstante, saber su ubicación exacta no es necesario. Lo importante es el ritual y el poder soportar los embates contra el espíritu de quién lo lleva a cabo.”

Un silencio breve pero intenso, se instaló en la habitación donde estaban los tres reunidos. 

– “Hay que hacerlo esta noche, después del horario de cierre del camposanto.”, concluyó Sambueza, el legendario clarividente.

González debió moverse a contrarreloj. Obtuvo la autorización para el ingreso y la operación de un juez que le adeudaba un par de favores y que no hizo demasiadas preguntas sobre el motivo. Antes de entregársela, le remarcó al comisario que, a partir de ese instante, no le debía nada. Un obediente y absolutamente confundido oficial fue sumado a la tarea. Para las diez de la noche, los despojos del infeliz Eusebio se encontraban en una bolsa y convenientemente alejado de su actual depósito. El uniformado quedó a cargo de la custodia de los mismos y con la orden de sujetarlos como pudiera, si empezaban a moverse. Todo le sonaba tan irreal, que asintió sonriendo mientras el comisario se alejaba. Por las dudas, puso uno de sus pies sobre el bulto.

 González recibió la orden de permanecer todo el tiempo detrás del vidente e impedir que se cayera. Pedro, por su parte, se encontraba a una cierta distancia, pala en mano para volver a sepultar a Eusebio, si todo salía bien.

Sambueza comenzó con el ritual entonando una letanía mientras esparcía una serie de polvos sobre la sepultura. Seguido, comenzó a repetir cánticos absolutamente incomprensibles mientras su rostro se cubría de sudor. Finalmente entró en trance. Los ojos estaban girados y eran de color blanco, las arrugas faciales se marcaron con profundidad y su voz, por momentos, era gutural. La tierra comenzó a moverse, parecía desprender burbujas y momentos después, los restos del féretro emergieron. De una de sus esquinas, una silueta casi traslúcida, comenzó a elevarse. Podían apreciarse con claridad los rasgos asiáticos y los dedos de las manos, provistos de uñas grotescas. El espíritu se alejó en búsqueda del cuerpo de Eusebio y momentos después, retornó a toda prisa, para impactar contra el médium. Éste trastabilló, pero fue sostenido por el comisario. Pedro se mantenía expectante, casi sin poder creer lo que estaba viendo.

 

4

 

Sambueza continuaba con la ejecución mientras el espíritu lo seguía golpeando e intentaba ingresar a su cuerpo a través de la nariz o la boca. Por instantes, una especie de aura parecía desprenderse del vidente y empujaba al agresor. La intensidad del ataque comenzó a menguar. La respiración de Sambueza ya era un resuello y era obvio que no iba a poder soportar aquello por mucho más tiempo. Finalmente, el espectro pareció dar un gran alarido, aunque inaudible, y comenzó a extinguirse. Sambueza se mantenía de pie a duras penas. El silbido de González al oficial fue el indicativo para señalarle que podía acercarse con los restos.

 Con Eusebio descansando por fin en su lugar, comenzó la retirada. Quien más preguntas realizó fue el asistente del comisario, pero no recibió todas las respuestas. Salieron por uno de los laterales del camposanto hacia una calle poco iluminada. Se despidieron con sendos apretones de mano y partieron en diferentes direcciones. Mientras se alejaban, un espectro con rasgos asiáticos, los contemplaba en silencio, desde lo alto de un mausoleo... 

 



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