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Contracara

   Empujados una y otra vez por la llamada civilización, el grupo de nativos que no acepta someterse, se desplaza cediendo terreno, pero no su orgullo. Establecidos durante generaciones, la irrupción casi continua de grupos interesados por las tierras y sus recursos, llevó a conflictos donde los originarios fueron casi diezmados. Naciones enteras terminaron fragmentándose. Los individuos más belicosos lo pagaron con su vida y los más mansos, terminaron deportados o cayeron en la sumisión. En ambos casos, además, también en el desprecio. Los pocos que resistieron y al comprender que por la fuerza no tenían posibilidades de sobrevivir, se replegaron y con ello, preservaron usos y costumbres. Aunque todavía los territorios son vastos, el aislamiento no será indefinido y lo saben. El grupo no piensa en ello y solo se mueve ocupándose, momento a momento, del cuidado de sus integrantes..

   La cercanía de las bajas temperaturas lleva a buscar el sustento para la supervivencia durante la quietud, el silencio y el frío. Las manadas que otrora ocuparan las planicies también se han desplazado y deben ser alcanzadas próximas a las grandes alturas. Sometidos a cacerías despiadadas por aquellos que codician solo sus pieles, el número de bisontes disminuye a una velocidad muy superior a la que pueden reproducirse. Nada tiene que ver esta depredación sin control con la caza acotada de los nativos, quienes además, aprovechan la carne, los huesos, etc. Pensar en la extinción de ambos grupos puede parecer absurdo, pero no en este caso..

   Mientras los nativos avanzan, las huellas del paso de colonos, tropas, bandidos y demás, se observan por doquier. Restos de carros, algunos calcinados, cruces en la tierra e incluso cuerpos en estado de descomposición de animales o humanos, pueden verse desperdigados por el terreno. No siempre la muerte de los extranjeros es producto de un ataque. Están los que pierden el rumbo y con ello llega el hambre, la sed o la locura, fatales en estas extensiones.

   El grupo evita a los visitantes. Suelo sagrado que ha sido vulnerado, prácticas habituales que a sus ojos son ofensivas y una valoración de lo natural que se acerca a la nada misma en muchos casos, les ha ocasionado demasiado dolor. Hasta el contacto con individuos amables ha sido nocivo alguna vez, producto de las enfermedades transmitidas..

   Se mueven con agilidad. Los caballos más viejos se encargan del traslado de las pieles que junto a las varas, componen las tiendas y de aquellas que cubren el suelo y los cuerpos, para protegerse del frío. También cargan con los ancianos y los niños más pequeños. Los hombres jóvenes montan los animales más veloces y fuertes, que se emplean para la caza o la lucha. Durante los desplazamientos, son compartidos con sus parejas, muchas de ellas verdaderas amazonas tanto cabalgando como en la pelea. Hasta las mujeres más apacibles se transforman en fieras cuando hay que defender a los suyos..

   Los primeros animales comienzan a divisarse, pero no son tenidos en cuenta. Son individuos enfermos o añosos que han quedado rezagados. Dos días más adelante, el grueso del rebaño se despliega ante los ojos. Son tantos que parecen cubrirlo todo hasta alcanzar el horizonte. La cacería se llevará a cabo al día siguiente. Se arma el campamento y se da un respiro a las cabalgaduras, que serán exigidas de manera ruda en las próximas horas..

   Aunque podrían emplearse las armas de fuego, las municiones no abundan y se decide por el método ancestral. Se selecciona un ejemplar joven y saludable y se lanza una carga hacia él a toda velocidad. Ya en proximidades, se busca asestar un golpe con la lanza o un flechazo en zonas que permiten alcanzar los pulmones o el corazón. Del despelleje, eviscerado y separación de los trozos de carne se ocupan las mujeres mientras la cacería continua. Finalizada, todos participan de lo anterior. Solo se sacrifica el número de individuos que permite cubrir las necesidades. Nunca uno de más y jamás, por placer..

   Estaba concluyendo la arremetida cuando un par disparos sonaron en la distancia. Un bravo cayó fulminado y otro recibió un impacto que lo atravesó de lado a lado en un costado. Sin dudar un instante, el resto giró sobre sí y la emprendió contra los cazadores blancos. Durante la carrera, nuevos disparos volvieron a escucharse y un jinete se desplomó sin más. Los agresores fueron alcanzados y flechas, hachas y cuchillos entraron en acción. Gritos, insultos, el sonido de carne desgarrándose y más disparos se oyeron durante unos momentos. Al final, todos los agresores perdieron la vida al igual que otros dos nativos. Uno más resultó con heridas graves y el resto, con lesiones menores. El origen de lo ocurrido nunca se sabrá con certeza pero el menosprecio, la codicia por las mujeres jóvenes y los cueros, individuos quizás alcoholizados, constituyen suficientes razones para poner en marcha un infierno..

    Los muertos fueron cremados con los correspondientes rituales y los heridos, atendidos y en reposo. Seguido y entre lágrimas, se continuó con la preparación de la carne, el tratamiento de los cueros y la limpieza de huesos que servirán para confeccionar utensilios, adornos y demás. Todo, ante la mirada neutra y el andar despreocupado a la distancia, de la gigantesca manada..  

   La armonía con la que animales silvestres y pueblos originarios convivieron por largo tiempo, fue arrollada por la autoproclamada civilización y sus disvalores. Casi exterminados, a quienes permanecieron de ambos grupos, se los condujo a reservas. Sus actuales descendientes van logrando poco a poco, reconocimiento por todo lo que simbolizan. Esta persistencia además representa, la vergüenza de la descalificación absoluta a la que pueden ser sometidos quienes permanecen fieles a su esencia y la depredación sin escrúpulos de la naturaleza, invocando las demandas del mercado..

   Todo esto permanece oculto en el silencio de los muchos y en la memoria de unos pocos..

 

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