MSTH - Misceláneas I
Espanto
El espanto se desplaza con torpeza, tratando de entender, aunque no lo consigue. Ha oído tantas historias sobre la bondad y la alegría presente en los seres humanos, que sintió la necesidad de salir a comprobarlo. Sin embargo, ante la mera presencia, todos huyen despavoridos y algunos, incluso, le arrojan cosas.
Ha hecho memoria repetidas veces, pero está convencido de jamás haberlo escuchado. Tiene que ver con su sabor. Son realmente exquisitos y él, siempre está hambriento.
La luz de la luna
Los últimos rayos del sol desaparecieron a gran velocidad, absorbidos por el cúmulo de nubes que se estaba instalando. El vampiro pudo adelantar así, la búsqueda de alimento. El hambre lo aqueja al no poder satisfacerla durante los últimos dos días. Comienza a sobrevolar las propiedades lindantes a una abundante arboleda y al no obtener resultado, se desplaza a través de ésta. Los sentidos, aguzados por la necesidad, no mienten. Una posible víctima avanza de una manera bastante despreocupada, por uno de los senderos. La luna, llena y resplandeciente, se encuentra oculta tras un cielo encapotado. Un descenso sigiloso, un forcejeo y el preciado alimento, que fluye a borbotones.
Satisfecho, ignora completamente a quien lo ha saciado. En breve, la mordida producirá un nuevo adepto. Un letargo poco común comienza a invadirlo. Esto impide la clásica huida en busca de refugio. Se concentra en los restos de sangre que permanecen en la boca y percibe un sabor levemente diferente al habitual. Las nubes, parcialmente dispersas, permiten al reflejo lunar inundar el predio. El cuerpo, que persiste a su lado, no experimenta la transformación esperada y sus rasgos no son claramente humanos. El vello corporal es muy abundante y en la boca, entreabierta, las piezas dentales son desiguales en tamaño.
Las pupilas del vampiro se abren de manera desmesurada. Lo provoca la desbocada señal de peligro que se ha desatado. Un aullido, gruñidos y el ruido de pisadas cercanas, le hacen saber que ya es tarde.
Locura
Encontrarlo es muy fácil. Se ubica siempre en el mismo lugar, sentado de la misma forma y sobre la misma silla. Así, durante horas. Tiene que ser retirado por personal del lugar, cuando las inclemencias climáticas castigan con rigor. En reiteradas ocasiones, se ha amanecido ya instalado, producto del insomnio. No es hostil pero no comparte nada con nadie. Siempre en eterna soledad. Remotamente viejo, de contextura cadavérica y mirada vacua, calza siempre la misma vestimenta y el remendado par de pantuflas. En su memoria, solo gira el eterno carrusel de discursos encendidos, el silencio de veneración durante la escucha y los vítores ensordecedores de la muchedumbre al terminar. En la constante arenga, el hambre de ahora será saciado gracias a la próxima abundancia, al igual que la sed por una gloria pisoteada. Los interminables desfiles de la aplastante maquinaria de guerra, lista para el confronte, son el preludio a una locura generalizada, teñida de sangre y horror.
No se sabe cuándo ingresó ni la causa. Es muy probable que todo figure en algún bibliorato, perdido en un cuarto del subsuelo. Devenido casi en ratonera, nadie demuestra el menor interés por acercarse y descubrirlo.
Un día despareció. No hubo respuesta al cómo, a pesar de la intensa búsqueda. La ausencia de algún tipo de revuelo posterior, permitió que de inmediato, todo cayera en el olvido. La silla, no ocupada, pasó a formar parte de los objetos inútiles amontonados en un rincón del depósito. Cuando la necesidad de espacio sea crucial, será desechada junto el resto.
Discípulos menores, de aspecto variado y proceder similar, aparecen aquí y allá.
Cuando todo esté listo, la locura suprema volverá a emerger y su sombra despiadada, golpeará sin contemplaciones, a una anestesiada humanidad.
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