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Maldición

Amigo lector: el presente texto puede incluir expresiones que afecten su sensibilidad.

Nació albino y ese fue el origen de la maldición que tuvo que soportar y sus consecuencias. El rechazo comenzó desde que tuvo uso de razón y tal vez, antes. Primero en su familia y luego por casi toda la comunidad. Las burlas e insultos fueron escalando a pequeños golpes o empujones y al final, a verdaderas palizas grupales. El aumento en la agresión física se desencadenó cuando el asco a tocarlo fue vencido.

 Para un duende, estar despigmentado es un problema mayúsculo pues complica de sobremanera el ocultamiento. Y en él, ésto se evidenció de inmediato ante la permanente necesidad de huir, por la violencia que lo acosaba. Mal oculto, fue también detectado por otros personajes del bosque y como el mal está presente en todas las especies, rápidamente pasó a convertirse en objeto de abuso por parte de extraños.

 Encontrándose en el suelo e intentando defenderse de los puntapiés de un joven fauno, le arrojó una piedra que tenía a su alcance. El impacto alcanzó el rostro del bípedo, que comenzó a sangrar. A los gritos, el dolorido victimario giró sobre si y comenzó a alejarse, trastabillando. El duende, aún más aterrado por la respuesta que recibiría, arrojó una segunda piedra, que terminó derribando al cobarde pendenciero. Actuando como un autómata, se puso de pie y ubicándose sobre quien lo maltratara, lo asfixió con sus propias manos. Con una intensidad en el brillo de sus ojos no vista hasta el momento y un rostro completamente inexpresivo, el duende se puso de pie y se alejó del cadáver.

Durante la noche, una serie de ruidos inusuales se escucharon en la colonia y a la mañana siguiente, el horror estaba instalado en la mayoría. Dos duendes agonizaban en sus respectivas viviendas. Sus cuerpos eran muestrarios de toda clase de heridas y el sufrimiento que padecían, era atroz. Fallecieron de inmediato y con muy poco tiempo de diferencia. El duende albino contemplaba impávido el acontecer.

 De ninguno de los crímenes se supo el por qué ni se conoció al o los autores. El recelo y la desconfianza emergieron y la armonía entre los distintos seres comenzó a resquebrajarse. Las agresiones, sutiles al comienzo, fueron ganando en intensidad y muchas veces estallaban sin verdaderas causas que las justifiquen. Las excursiones nocturnas y en solitario prácticamente desaparecieron y la portación de objetos capaces de ser empleados como armas o directamente de cuchillos y hachas, se hacía sin disimulo.

 El esbelto y diminuto cuerpo yacía suspendido, sin gracia, de la flecha que lo atravesaba.  El hada, que otrora y desde las alturas, hostigara sin piedad al desguarnecido duende, tenía por diaria costumbre remontar el arroyuelo. Una vez alcanzada la pequeña caída, se higienizaba de manera despreocupada. Precisamente, en uno de esos vuelos, fue alcanzada por el certero lanzamiento que terminó con su existencia. Después del disparo y mientras se alejaba tranquilamente, el duende terminaba de acomodar sobre su espalda, el arco que empleara con maestría.

 El cóctel de miedo y furia que resultó de todo esto, fue decisivo para poner en marcha una conflictividad implacable. Sin distingo de bandos ni alianzas duraderas, no es descabellado pensar en el exterminio total o casi, de las especies involucradas.

 Desde las sombras, el duende albino observa los acontecimientos de manera siniestra. Cuando algún evento parece detenerse, interviene.

 Quienes todavía permanecen de pie, empujados por el salvajismo de los hechos, se lanzan nuevamente a la contienda con renovada violencia.

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