El pastor - parte 2
Era inevitable que finalmente irrumpieran en el caserío preguntado acerca del jinete desaparecido. Mientras un par de soldados interrogaban a los vecinos, otros se paseaban buscando alguna evidencia delatora. Previendo esta situación, se habían realizado un par de excursiones al lugar del hallazgo e intentado aniquilar todo tipo de evidencias. El carro incluso, había sido desmantelado y las distintas partes desperdigadas por toda la aldea. El ropaje y demás pertenencias del herido habían sido arrojadas a un profundo hoyo natural, localizado en la densa foresta. El hermetismo de los vecinos era total. Se intentaba, además, no exagerar con la novedad de la noticia.
Era llamativa la falta de precisión sobre la identidad y el porqué de lo acontecido con el jinete. Rumores iban y venían entre los agrupamientos cercanos, pero nada era certero.
Después de diez días de paños en la cabeza y mojaduras corporales continúas que buscaban bajar la fiebre, cataplasmas a base de hierbas varias, aplicadas y removidas periódicamente sobre la herida e insultos y maldiciones lanzados a los cuatro vientos, parecía que los esfuerzos realizados por la curandera comenzaban a tener sentido. El paciente ya no deliraba tanto, la herida supuraba menos, no había hedor y la cicatrización había dado inicio. La pérdida de peso era notable y la recuperación iba a ser prolongada, a pesar de las evidentes condiciones atléticas de la persona. Se destacaba un peculiar catálogo de variadas cicatrices, distribuidas en el torso y los brazos. Ninguna en la espalda.
Fue el pastor quien primero observó al convaleciente sentado a un costado de la casa de la sanadora. Intercambió con él un mero saludo y se dirigió a conversar con la mujer, quién se encontraba recolectando hortalizas en el huerto. Después de un breve diálogo, partió con dirección a la villa. Los aldeanos, que comenzaron a acercarse, lo hacían con una mezcla de curiosidad y desdén.
Las presiones de parte de los soldados por hallar al desconocido se hicieron mayores. Debido a las heridas recibidas y al hallazgo de su montura a no mucha distancia, era lógico suponer que no podía encontrarse muy lejos, vivo o muerto. No había dudas que el perseguido estaba relacionado de mala manera con el poder local y que la verdad sobre su destino, tarde o temprano, sería descubierta.
Aunque no sentía las fuerzas de siempre, con las horas finales de la tarde y acompañado por quien lo cuidara durante el último tiempo, el forastero se hizo presente en la aldea.
A la luz del fogón, comenzó el relato. En primer lugar, agradeció por haber sido ocultado y el salvarle la vida. Momentos después se presentó como el hijo del señor de la región y que marchara a participar con las tropas del rey, de la última cruzada contra un reino distante. La empresa le demandó cuatro años. Al volver, se encontró con un panorama totalmente distinto al que dejara. Su padre se había vuelto un viejo decrépito, con las facultades mentales muy disminuidas y totalmente influenciable. El lugar había sido usurpado por el hermano, su tío, que siempre lo codiciaba. Con éste al mando, se había desatado la barbarie que azotaba al reino. Dado por muerto en combate, la aparición del forastero no fue bien recibida. Logró la fuga gracias a un viejo y leal sirviente, que le advirtió de la traición. Herido durante la fuga, logró alcanzar las caballerizas. El resto es bien conocido por todos.
Mientras la crónica transcurría, las miradas de desconfianza y los gestos duros fueron virando hacia el aprecio y la aprobación, entre los escucha…
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