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El duende - XI

Que un duende decida instalarse en el límite que alcanza la vegetación en la altura no es algo común. No obstante, algunos terminan haciéndolo impulsados por diversas razones. Un desamor, la necesidad de un reencuentro personal en un ambiente sin distracciones externas, el querer experimentar algo nuevo y otros, figuran entre los posibles motivos. Se trata de individuos que parten de las distintas colonias y algunos retornan con el tiempo, otros realizan visitas periódicas y los menos, desaparecen definitivamente. El ambiente es naturalmente hostil para un duende debido a la escasez de recursos naturales. Una ventaja que ofrece y muy apreciada por cierto, es la menor necesidad de ocultamiento producto de una reducida circulación de humanos. Esto se traduce en una mayor libertad a la hora de andar, algo especialmente apreciado por seres acostumbrados al sigilo, casi en todo momento.

 La partida de Verdeo hacia las alturas tomó por completa sorpresa al grupo. Introvertido y de mirada tristona, no era para nada un aislado social. Participaba de cuanto evento fuera invitado, aunque eso sí, manteniendo su habitual bajo perfil. Y como era muy tenido en cuenta, la ausencia no pasó desapercibida. Temiendo lo peor, su vivienda fue invadida por un tropel y allí se encontró una nota sobre la mesa, aclarativa de su meditada decisión y cargada de sentidas disculpas. Prometió el retorno y así lo hizo, un tiempo después. Fue cálidamente recepcionado.

 La amistad entre Tomillo y Verdeo fue de menos a más. Totalmente distantes siendo pequeños, el paso del tiempo y los intereses comunes posibilitó el gradual acercamiento. No se veían todos los días ni gustaban de perder el tiempo con charlas vanas, en los momentos del encuentro. Tampoco le huían a expresar los sentimientos ni los sueños más profundos, si la ocasión lo ameritaba.

 En una oportunidad, Tomillo aceptó el convite y decidió instalarse unos días en donde habita su amigo. Se trata de una cámara natural muy espaciosa a la que se accede a través de una grieta. Verdeo la había descubierto de casualidad cuando buscaba donde instalarse. Observó la apertura en el terreno, inició un cuidadoso descenso y en un momento, una nueva abertura en la pared del conducto, permitía ingresar al espacio. El pasadizo inicial culmina en agua corriente subterránea, ubicada a cierta profundidad. El continuo murmullo que puede percibirse desde el lugar donde habita Verdeo lo confirma. La generosa estancia cuenta además con un túnel menor ubicado en el techo y que alcanza la superficie, actuando como tiraje. Esto permite cocinar y calefaccionarse sin riesgos de intoxicación. La iluminación diurna, obviamente muy reducida con respecto a la superficial, depende del reflejo de la luz natural en las paredes de los conductos.

 La experiencia de Tomillo durante la visita abarcó desde el éxtasis hasta un ataque de pánico. Al primero lo generó el entorno y la magnificencia del cielo nocturno. Se quedaba horas contemplando las noches diáfanas con millones de estrellas iluminando la vista y lo segundo, una repentina aunque no inesperada nevada, debido a la altura. Verdeo comentó que probablemente en cuatro días volverían a ver la luz del sol. Tomillo estaba acostumbrado a los encierros por mal tiempo, pero no en un ambiente subterráneo. Al segundo día y de forma brusca, intentó salir hacia el exterior. El conducto presentaba cúmulos de hielo en el recorrido. Fue detenido mediante un grito de advertencia de Verdeo. Tomillo, ya tranquilizado, escuchó de su amigo una experiencia personal que pudo haber sido trágica.  Era su primer invierno y ya transcurrían veinte días de encierro. La angustia agobiaba. A pesar del hielo, visible en la mayor parte del conducto, intentó alcanzar la superficie. Un resbalón dio inicio a un brusco descenso. Con el corazón desbocado, lanzaba brazadas en todas direcciones y buscaba apoyo con los pies, de manera infructuosa. Cuando el final parecía irreversible, una saliente impidió el desbarranque final. El ascenso le tomó casi un día. El sentido de la vida dejó de ser el mismo a partir de ese momento.

 Cuatro días después, un embarrado y jubiloso Tomillo disfrutaba de un sol radiante, transitando un cielo completamente despejado. A partir de aquí, comenzó a admirar la serenidad y el autocontrol alcanzado por su amigo dado que el hielo y la nieve dejan casi en penumbras la residencia y él demuestra soportarlo el tiempo que sea necesario.

 Antes del descenso, fueron al encuentro del añoso Chaltén, que llevaba décadas instalado en el lugar. Sencillo, alegre y muy sabio, era visitado por quienes, como él, amaban la soledad, la contemplación y el reencuentro personal.

Tomillo ha analizado en más de una ocasión instalarse un tiempo en el lugar...

 

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