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¿Cómo matar a un muerto?

Piensa, mientras observa a los cuerpos desalineados surgir desde los cultivos. Las manos aprietan con desesperación la empuñadura de la exquisita katana que hasta momentos antes, descansaba como pieza adorno, sobre la repisa.

 Los alimentos humeantes y las bebidas se extinguían a ritmos variados, acompañando a la charla, risas y gestos, que completaban el momento.

 - Che, ¿quién es el loco que con semejante camioneta y destrozada como está, circula a esa velocidad por el camino?

- ¿Viste la camioneta?, preguntó el dueño de casa. El sonido del vaso que sostenía la mujer en su mano, rompiéndose contra el piso, marcó el inicio de la tensión.

- Cuando estaba abriendo la tranquera para ingresar, pasó a los piques y me tapó de tierra. Es un animal el que maneja, teniendo en cuenta, además, el golpazo que tiene. Es un milagro que esa chata funcione. ¿Por qué preguntás de esa forma? ¿Pasa algo?

- Ese vehículo está maldito. Hace tres años, durante una madrugada, el hijo del estanciero y su trío de amigotes, protagonizaron un vuelco a gran velocidad y se mataron los cuatro. Desde entonces, hacen apariciones a cualquier hora y lugar por la zona. Si los viste pasar, no es buena señal.

- Me estás asustando. ¿No se puede hacer nada?

- No sé qué decir. Se comenta que los que intentaron huir de su presencia, terminaron muertos.

Un galope desenfrenado e instantes después, un largo aullido, hicieron presagiar lo peor.

Instintivamente me dirijo hacia la espada que mi amigo trajo a modo de suvenir del lejano oriente y mientras la extraigo de la vaina, consulto en voz alta sobre la posible existencia de un arma de fuego.

Pasos descontrolados y el golpazo de la puerta posterior de la vivienda, delatan a la pareja en fuga. Caen fulminados a poca distancia. De allí en adelante, comienza un devenir donde el surrealismo manda.

 Sale al encuentro de lo desconocido. Del maizal emergen cuatro siluetas bamboleantes, las contempla y momentos después, alzando de una manera poco coordinada el arma, arremete contra la figura más próxima. Vahos de aire putrefacto que se desprenden de los seres, impregnan el aire. Próximo al objetivo, cierra los ojos y lanza un golpe descendente con todas las fuerzas posibles. El sable no encuentra resistencia en su movimiento e impacta contra el suelo, enterrándose. La inercia lo hace rodar por sobre la espada y termina de bruces a su lado. De milagro, no ha sufrido ni siquiera un rasguño.

 Cuando logro recuperar la conciencia, me enderezo y observo el panorama. Todavía estoy agitado, cubierto con restos de hierbas y polvo y mi cabeza se siente como un globo a punto de estallar. Estoy solo. Consigo relajarme un poco. Después de un análisis un tanto racional, no termino de encontrarle una posible explicación lógica a todo lo sucedido. Lo único que se me ocurre es limpiar la evidencia que me delata allí y retirarme de la manera más discreta posible. Así lo hice.

 Días más tarde, fue noticia el hallazgo de dos cuerpos sin vida. La autopsia reveló paro cardiorrespiratorio en ambos casos y sin causa aparente. La simultaneidad fue lo más extraño. Aunque se encontraron huellas vehiculares ajenas al rodado familiar, la ausencia de testigos que aportaran algún tipo de información, la no evidencia de robo ni de agresión en las víctimas, terminó acelerando la investigación y el cierre del hecho. Caratulado como “Doble deceso por causas naturales en contexto inusual”, este episodio incrementó la lista a tres de acontecimientos que, con características similares, se produjeron en los últimos años.

 Después de asistir al sepelio, se acercó al depósito policial que aloja a los vehículos siniestrados. En una esquina se halla la lujosa y maltrecha camioneta. Da muestras de permanecer estacionada allí, sin novedades, desde los tiempos del accidente.

 


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