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El duende - II

Tomillo no tenía particularmente una buena relación con Carqueja, un mix entre machi (curandera) y verdadera actriz a la hora de tener que dar un diagnóstico o recetar un tratamiento. En realidad, Tomillo no tenía una buena relación con casi nadie, pero frente a ella, el disgusto se elevaba un peldaño más. Había recurrido a sus habilidades en contadas ocasiones y estaba convencido que casi siempre, sus problemas no revestían gravedad. Pero las infusiones que le indicaba beber para la mejoría eran, cual de todas, peores. Seguramente, la vieja bruja se reiría a más no poder cuando se encontraba sola. Carqueja impartía sanaciones a varias colonias a la redonda y en ella se condensaban gran parte de la sapiencia ancestral relacionada con las propiedades medicinales de la vegetación silvestre, los cánticos que permitían invocar a los protectores del bosque y acceder a las armonizaciones energéticas y varias combinaciones de condimentos que mejoraban sensiblemente el sabor de las comidas. Esto último era lo que más celosamente ocultaba.

 Carqueja vivía en una cámara natural formada entre piedras de forma irregular y dispuestas entre sí en distintas posiciones. El espacio además contaba con un tiraje necesario para la evacuación de humos y olores que se generaban durante la producción de alimentos y pócimas. El paso del tiempo había cubierto naturalmente el lugar con ramas, hojas, hongos y líquenes, lo que colaboraba con el mimetismo natural. Esta residencia marcaba un contraste con los otros duendes que mayormente preferían construir sus viviendas aprovechando los huecos naturales en los troncos, las alturas de las copas de los árboles e incluso, escarbar e instalarse entre sus raíces. Estos últimos, aunque se autodefinían como los más naturales, eran en realidad unos roñosos consumados. Carqueja tenía una vida nocturna bastante activa dado que gustaba de aprovechar la oscuridad para realizar sus cocciones y que éstas pasaran lo más desapercibidas posible. Vivía en las proximidades de un sendero de trekking bastante concurrido y en una ocasión, la intensa niebla que se produjo durante la noche y parte de la mañana, impidió que el humo y olores se dispersaran. Durante gran parte del día escuchó los más variados comentarios de los ocasionales caminantes. Algunos incluso, realizaron búsquedas superficiales y próximas al sendero en pos del origen de los mismos.

 Tomillo había tenido sus primeros encuentros con las curaciones en la infancia. Era un duendecillo bastante travieso y muy proclive en remar en contra de la corriente. Se estaba transitando el momento del año en el cual, las bayas de ciertos pequeños arbustos no muy abundantes y bastante diseminados por el bosque, alcanzaban el punto justo de maduración. A diferencia de otras, dicha circunstancia era visible en el color verde intenso que alcanzaban los frutos, en vez de los tradicionales rojos, morados o azules. Estas bayas son una verdadera delicatessen para los duendes. El mayor inconveniente radica en su recolección pues el arbusto, casi como queriendo evitar ese momento, genera unas espinas que al ingresar al cuerpo se expanden, dificultando la extracción y causando un dolor brutal. Removerlas sin generar infecciones ni un aumento desmesurado de la agonía implica tener los conocimientos para hacerlo. La mamá duende había expuesto a su revoltoso vástago todo un repertorio de consejos y advertencias al respecto. Bastó la primera salida en búsqueda del tesoro para que el descarriado llegara aullando y bañado en lágrimas. Carqueja aplicó una serie de ungüentos que calmaron el dolor, cerraron la espina y así pudo ser extraída sin dificultades. Todo lo anterior se producía mientras se despachaba con una colección de retos de las más variadas formas y colores. Ese fue el comienzo de la creciente enemistad.

 Nadie sabe cuánto tiempo de vida tiene Carqueja. Los más viejos aseguran conocerla desde que eran niños y que ya contaba con el aspecto actual. Algunos afirman que tiene un pacto con la luna, donde a cambio de entonaciones y el ofrecimiento de sacrificios como el privarse de comer durante una semana de hongos venenosos, le aseguran una longevidad casi sin fin. Una de las tareas que menos le agrada es asistir a los partos. La vulnerabilidad tanto de la madre como del recién nacido es muy alta y no tiene consigo buenos recuerdos sobre el tema. Guarda muy buena relación con los seres menos agraciados del bosque como babosas y lombrices. Suele fumar unos hierbajos que generan un humo muy desagradable. Casualmente gusta de encender su pipa cuando un visitante se torna incómodo.

 Aunque se saludan entre dientes, Tomillo no deja de pasar todos los días por la casa de la machi del grupo, su protestona madre.

 


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