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XI 

Li llegó a la hora acordada al negocio que terminaba de cerrar sus puertas al público. Se encontraban esperándolo un sirviente de la casa de Mei junto al empleado encargado de la seguridad del local que lo había reconocido. Al ver acercarse al general, rigidizó su postura y Li, que lo observó sonriente, se presentó con su nombre y le preguntó por el suyo. El empleado, sintiéndose confundido, respondió: “Chao, señor.” “Bien Chao”, contestó Li; “de ahora en adelante me llamarás por mi nombre y no será necesario ningún tipo de protocolo militar. Mi carrera como tal ha terminado y soy un simple ciudadano”. Chao, más abrumado aún por tal comentario, balbuceó: “Si señor… Li.”

La casa estaba provista de varios ambientes y en su interior relucían la limpieza, la sobriedad y el buen gusto en las variadas combinaciones presentes entre muebles, pisos, arreglos florales y tapicería. Contaba con un amplio y muy cuidado jardín en el que se destacaban un estanque con variados peces de colores y un par de estatuas. Mei se acercó al recién ingresado Li y lo condujo al comedor donde ya se encontraba Su. Madre e hija portaban espléndidos vestidos y peinados y se encontraban suavemente maquilladas. Todo lo anterior contrastaba con las sencillas, aunque pulcras vestimentas de Li, quién lucía además una barba recortada y un cabello firmemente recogido y sujetado por una banda de tela oscura, de amplio uso militar.

 La velada transcurrió de manera distendida, los alimentos servidos fueron exquisitos y estuvieron acompañados de un suave vino de arroz y una bebida de preparación casera consistente en zumos colados de distintas frutas, agua y un mix de especias que le daban un particular sabor. Para evitar tensiones durante la charla se evitaron temas como la guerra, intereses políticos, etc. El té que iba cerrando la jornada contó con suaves melodías entonadas por Su y acompañada por un instrumento de cuerda ejecutado por un sirviente. Li abandonó el mullido almohadón y cuando se disponía a agradecer por todo lo brindado y retirarse, fue detenido por Mei con un gesto. Le indicó que pasaría la noche allí debido a que el desplazamiento a esas horas, en esa parte de la ciudad, no era seguro. El general, sin ánimo de contradecir, asintió y fue conducido a una de las habitaciones más distantes. Cuando se disponía a acostar, una puerta lateral se abrió suavemente, Mei ingresó y tras cerrarla, comenzó a quitarse la última prenda que cubría su cuerpo. Momentos después y con la habitación a oscuras, pequeños y variados sonidos se escucharon durante un buen tiempo.

 A la mañana siguiente, Su observó un ambiente distinto a lo vivido la noche anterior. Mei se había ubicado muy próxima en la mesa a Li y no podían prácticamente quitarse los ojos de encima. Todo comentario entre ambos prácticamente se acompañaba con una sonrisa y lo que confirmó la nueva realidad fue cuando Mei quiso depositar una mano sobre la de Li y éste, leyendo el gesto, giró la suya y ambas manos quedaron entrelazadas.

 Por la tarde y durante el descanso de Chao en el trabajo, Li se acercó y le realizó preguntas relacionadas con la inseguridad nocturna. El primero comentó que en ese sector de la ciudad operaban dos grandes bandas y que el temor que provocaban buscaba en realidad, mantener a la población en sus casas para así realizar con la menor cantidad de testigos posible, sus actividades de contrabando y tráfico de personas. Conocía a dos familias que desde hacía tiempo reclamaban sin suerte por la desaparición de un par de sus miembros. Manifestó además que era vox populi la relación que existía entre estas bandas y dos grandes casas de juego clandestinas a la cual asistían miembros de la realeza y un par de ministros cercanos al emperador. Li escuchó en silencio todo lo expresado y cuando emitió palabra fue para preguntarle al ex soldado si podía entregar un mensaje a un general que era de su amistad. Chao sin dudar un instante, aceptó el pedido.

 Al día siguiente, se presentó en las puertas de la ciudadela imperial provisto de un salvoconducto en forma de carta de presentación y un mensaje, escritos ambos de puño y letra por Li. El último debía ser Éentregado en mano al general Hao. El guardia leyó el salvoconducto y consultó al oficial. Éste volvió a leerlo y finalmente, junto a dos soldados, condujo a Chao a la presencia del general en cuestión, quién se encontraba en su oficina.  

 

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