Misceláneas ¿de terror?
Espectros
El espectro huyó despavorido hacia la oscuridad de la banquina cuando fue iluminado por las luces del vehículo que casualmente transitaba por allí. Se asemejaba a una mancha negra sin forma definida que se desplazaba por el aire. Más adelante, otro se asomó tímidamente entre las copas de dos árboles bajos, en el momento que las luces vehiculares iluminaban ese sector del terreno aledaño a la ruta. A la salida de una curva, un tercero, cual una mancha informe en la calzada, levantó vuelo de manera imprevista y se perdió en la nocturnidad. Decididamente no inspiraban temor sino más bien, la atención y curiosidad de los ocasionales observadores. Algunos detuvieron su marcha con la intención de verlos de cerca y buscaron su presencia con las luces de los móviles. Lamentablemente, nadie tuvo suerte en el intento.
El vampiro
El vampiro se encontró con mucha más resistencia de la habitual. Aunque era un ser embrutecido por la maldición que portaba, sus fuerzas todavía eran considerables. La víctima, sin embargo, se defendía con golpes certeros y de una potencia inesperada. Los intentos de someterla rápidamente no habían dado sus frutos y los primeros signos de agotamiento comenzaban a evidenciarse. Continuaron los forcejeos y ya presa del pánico, el vampiro intentó morder desesperadamente en la región más próxima a su boca. Esto se tradujo en desconcentración. La víctima, que no paraba de moverse, aprovechó ese instante de duda y le asestó un feroz golpe en la nariz. Aturdido por el impacto y el dolor, aflojó en su arremetida y breves instantes después, se estaba defendiendo como podía, de la feroz andanada de golpes de su ahora agresor.
El hombre lobo
Definitivamente perros y lobos no se llevan bien. Aunque presentan un linaje muy próximo, cuando se encuentran juntos, todo termina de la peor manera. Se comportan como parientes cercanos que se aborrecen y cuando se presenta la oportunidad, concluyen con un nivel de agresión tal que puede conducir a la fatalidad. Todo esto y más, transitó fugazmente por la cabeza del maltrecho hombre lobo. Estaba próximo a recibir una nueva embestida de la jauría de fauces babeantes que lo rodeaba.
El engendro
El engendro lloraba pesadamente. Sentado, con los hombros encogidos, parecía no tener consuelo. Generosas lágrimas recorrían las cicatrices presentes entre las distintas porciones que conformaban su rostro. Todo empezó a la mañana, cuando observó que un hilo sobresalía en la costura que unía su mano izquierda con el antebrazo. Dado que a lo largo del día y sin importar lo que hiciera, la vista parecía no querer apartarse del mismo, tomó la decisión de cortarlo al ras de la piel. Ahora la vista pasó a ocuparse de otras cosas. El problema es que, desde hace un buen rato, no puede encontrar la mano perdida.
La momia
El despertar no pudo haber sido más violento. La explosión y la sacudida fueron de grandes proporciones. La losa, compuesta por piedras talladas y encastradas, sellaba por encima la recámara funeraria. Allí se alojaba en silencio y oscuridad total el cuerpo vendado, rodeado de valiosas pertenencias. La estructura fue incapaz de soportar el peso de una enorme máquina empleada en la construcción de una carretera en el desierto.
La momia pertenecía a un muy joven faraón que durante toda su vida se encontró atrapado por el deseo alcanzar un futuro distante. Cuando tuvo el poder suficiente, le ordenó al sumo sacerdote que encontrara el camino para poder realizar ese viaje. Tiempo después, el viejo sabio se presentó con un elixir que aseguraba podía transportar a una persona a un estado intermedio entre el mundo material y espiritual y permanecer allí casi indefinidamente, mientras el tiempo continuaba su curso. Era posible ser rescatado de ese lugar solo mediante la combinación de ciertos sonidos concatenados. Al parecer, el ruido de la ruptura del techo, de la caída de la máquina y las vibraciones producto de la misma, generaron la secuencia necesaria y el joven faraón fue traído instantáneamente a la realidad.
Era imposible determinar quién se encontraba más alterado, si el operario del vehículo o el rey, dado que ambos no paraban de gritar en simultáneo.
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