El chatarrero - Arenas movedizas
José el chatarrero, alias Pepe, el vendedor de porquerías oxidadas (esto último se lo dijeron en una oportunidad y dijo que era una gran verdad) vive en el límite del gran desierto. Comparte junto a unos pocos vecinos la orilla del oasis. Se trata de un reducido ojo de agua que provee de sustento y algo de sombra en un ambiente con condiciones por momentos sofocantes. Como su profesión lo indica, se dedica a la recolección y venta de restos que extrae de las arenas. Para ello cuenta con un engendro que acondicionó artesanalmente y está provisto de un brazo mecánico, tanques de combustible suplementarios, portaherramientas y demás adminículos necesarios para la supervivencia en esas condiciones, durante tiempos prolongados.
En dicho lugar, puente de conexión entre distintas potencias rivales a lo largo del tiempo, se libraron feroces batallas que dejaron poblado al dorado suelo de todo tipo de restos, ahora reducidos a chatarra. De éstas, Pepe cuenta con un reducido stock para salir del paso. Conoce los sectores de esos combates, así como los manejos que hace el desierto de las móviles dunas. Sabe que una tormenta proveniente de un sector deja al descubierto elementos de una determinada pelea y sepulta a los de otra y así. Esto es importante pues complica o simplifica el hallazgo y la extracción de lo buscado.
No subestima al ambiente pues hacerlo es que casi sinónimo de una corta existencia en él. Y aunque no lo admite socialmente, en realidad lo ama. Nacido y criado en la gran ciudad, nunca se sintió parte de ella. Cuando contempló estas inmensidades por primera vez, durante una excursión con amigos, supo que este era su lugar y nunca más se alejó.
El cliente actual difiere bastante de los habituales. En general, quienes se acercan son coleccionistas aficionados o vecinos casuales en busca de algún objeto exótico para adornar el living o el jardín. Este no incita confianza porque su imagen y comportamiento evidencian instrucción militar que intenta ocultar; el material que ha solicitado es demasiado específico y en ningún momento intentó siquiera un regateo cuando escuchó el costo de su encargo, por cierto, bastante elevado. Se trata de una parte del ordenador central de una nave precisa que fue derribada durante el último conflicto, hace algo más de sesenta años. Una cosa es recoger desechos desperdigados y otra es ingresar a los restos de maquinaria de combate que han estado sepultados. No ha sido el primer chatarrero que ha perdido la vida por colapso de la estructura o explosiones. Se acordó el plazo de veinte días para la entrega, lo que daría tiempo para que actúen los vientos favorables, llegar a la distante zona, realizar la tarea y volver. Partiría solo cuando estuviera hecho el depósito de la mitad del importe acordado.
José tiene un sentido de la orientación semejante al de un experimentado marinero. Por las noches, las estrellas y su caprichosa distribución son la brújula; durante el día, los movimientos del sol, los vientos y un poderoso posicionador global de última generación convenientemente hackeado, le dan una ubicación con precisión milimétrica. Mientras avanza, con una providencia totalmente favorable, no deja de pensar sobre el encargo. Difícilmente sea por la tecnología que presenta, hoy ampliamente superada y para ser una pieza de museo, es poco obsoleto y no justifica la inversión. Tal vez sea una unidad de memoria y la información que contenga aún sea importante. Un reflejo a la distancia sumado a ocasionales juegos de luces durante la noche, también alejados, confirman lo que presentía. Lo están siguiendo.
En el lugar de destino, el viento hizo su jugada y grandes restos se observan por doquier. Busca y encuentra la nave señalada y procede con la extracción. La tarea se lleva a cabo con todas las medidas de seguridad imaginables lo cual agrega tiempo, pero asegura el resultado. Con todo el equipo en su lugar, toma un descanso y programa el inicio del retorno con las últimas horas del día. Cuando se dispone a iniciar el recorrido, ocurre lo impensable. Una verdadera lluvia de disparos se desata a su alrededor y sobre el vehículo, impactando en distintas partes, incluidas las ruedas. Esto último no es un problema pues son neumáticos muy anchos, rellenos con un material denso que absorbe las irregularidades del suelo y no se desinflan. Conocedor como pocos del desierto, sabe a dónde debe dirigirse. Los dos vehículos que lo persiguen caen en la trampa y desaparecen. Es un sector de arena muy poco firme donde un vehículo tradicional, en manos inexpertas, no tiene ninguna chance de sobrevivir. Pepe, con su adecuado cacharro, avanza por la superficie como si de agua se tratase. Chequeados los daños y comprobado que nada vital fue afectado, continúa con su camino.
En plena travesía descubre que ya no recibirá la otra mitad del dinero prometido.
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