Li 1 - VII
Los primeros embates pudieron ser controlados. El paso no permitía ser atravesado por grandes grupos en simultáneo y eso facilitaba el reagrupamiento y la llegada de los refuerzos. El ejército atacante contaba con un gran número de mercenarios y sobre éstos no se tenía clemencia pues existía un odio generalizado hacia quienes hacían de la guerra un negocio.
Rápidamente se inició el intercambio de información entre las distintas fortificaciones. Para acelerar la velocidad de las comunicaciones se usaban las más variadas técnicas que incluían torres y sistemas con tableros y dibujos o banderas (esto copiado del ambiente marítimo) entre los emplazamientos cercanos y el uso de palomas mensajeras, jinetes e incluso el encendido de grandes fuegos con humos que se podían colorear estratégicamente ubicados a ciertas alturas, para la comunicación entre los más distantes. Hasta el momento solo se reportaban ataques en este y el emplazamiento más oriental. Se notificó además de todo lo que estaba aconteciendo a las tropas que se dirigían hacia allí para que imprimieran la máxima velocidad de avance posible y a la capital del imperio.
Con el arribo de los refuerzos se decidió intentar un contraataque dado que hasta el momento todo había sido netamente defensivo. Se enviaron exploradoes a los pasos de mayor altura y éstos volvieron con la noticia que ya estaban ocupados por los invasores. Temiendo una agresión a gran escala, se solicitó al comando central el envío a la mayor brevedad posible de más tropas.
Los días pasaban y la idea de dar un golpe sorpresa seguía dando vueltas en la cabeza de Li, aunque el gran obstáculo seguía siendo la vía de acceso al territorio enemigo. La respuesta le llegó de una forma inesperada una tarde, cuando se desplazaba meditabundo por las callejuelas de la población aledaña al fuerte. En un momento se cruzó con un viejo pastor de cabras y su pequeño rebaño que provenían evidentemente de las alturas y se entabló una breve conversación. El cuidador le manifestó entre otras cosas encontrarse sorprendido por la gran cantidad de soldados ubicados en los distintos pasos y no haber visto ninguno en el que él y sus cabras frecuentaban. Li se interesó en lo último y le preguntó si era posible que los soldados lo hubieran visto y decidido no atacarlo, dado que no representaba peligro alguno. El anciano comentó que era imposible que lo observaran por la hora a la que él iba debido a la orientación del sendero con respecto al sol; querer mirar hacia allí provocaba que la luz impactara directamente en el rostro del observador, cegándolo. Li le preguntó sobre la posibilidad de mostrarle a los exploradores la ubicación de la vía a la que el pastor accedió sin problemas. Con las primeras luces del día, el pastor, sus cabras y un grupo de soldados partían hacia las alturas.
Confirmado todo lo expresado por el anciano, se decidió llevar adelante el golpe sorpresivo. Los exploradores confirmaron además la existencia de un gran depósito de pólvora y municiones increíblemente cerca del final del paso, lo cual evidenciaba el total desconocimiento de su existencia por parte del enemigo.
Ese sería el blanco a destruir y para llevarlo a cabo se ideó un plan bastante simple: se instalarían un grupo de cañones en la terminación de los algunos pasos contiguos conocidos y se realizarían disparos como probando su alcance y precisión; a la par, un grupo de soldados cruzaría aprovechando la distracción de los estruendos, tomarían el depósito y provocarían su voladura. Un segundo grupo aguardaría en lo alto para dar cobertura durante el retorno de los primeros. Mientras comenzaba el desplazamiento de las piezas de artillería, se conformaron los dos grupos; en el de asalto primaban expertos en explosivos y en el restante, expertos tiradores.
Cuando ambos grupos se encontraron instalados en lo más alto del paso, se iniciaron las rondas de cañonazos lo cual provocó en las tropas atacantes el efecto buscado de sobresaltos, sorpresa e insultos al comienzo y luego risas, burlas y más insultos debido a la considerable distancia a la que impactaban las balas. Entre ronda y ronda de disparos de mortero, se escuchó una gran explosión seguida de una enorme nube de humo, cenizas y polvo, esta vez del lado opuesto a los obuses. Tiempo después siguió una andanada de disparos de rifle, acompañada de flechazos y finalmente silencio.
El ataque dio los frutos esperados pues el enemigo fue agredido en su propio territorio, lo que generó desánimo y desconfianza. Además, la voladura del depósito ocasionó una demora considerable en la ejecución de los ataques siguientes, posibilitando así la llegada oportuna de las nuevas tropas de respaldo.
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