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Hielo


El hielo se desplaza lenta pero inexorablemente. Cual gubia empujada por la presión de toneladas y toneladas de agua, se mueve y talla copiando la resistencia del terreno. Valles y planicies se forman a su paso. El frente está ocupado por una masa colosal de materia que no ha sido arrollada por la mole y es empujada en un lento rodaje. Nada se puede hacer ante la inmensidad de semejante poder. Es la naturaleza renovándose en su ciclo sin fin. Colosales lluvias líquidas o sólidas, producto de una temperatura global que ha descendido, no dejan de aportar combustible a sus nacientes y esto infunde bríos a los vastos campos helados que crecen y mueven.

Los espacios libres de a poco son ocupados por gigantescos frentes glaciarios. Las conexiones territoriales se pierden o se modifican. Bosques enteros desaparecen a su paso. El sonido del hielo resquebrajándose y cayendo es una constante en el paisaje. El clima más riguroso, ha congelado suelo y agua en lugares otrora prácticamente libres de esa situación. La disponibilidad de alimento disminuye. Los animales, sean presas o depredadores y estacionarios o migrantes, cambian de a poco sus conductas. Los primeros están más alertas y quienes los persiguen, aprenden a ser más pacientes y a confiar en sus sentidos.

 El viejo cazador, de no más de 30 años, es consciente de todo eso. Las últimas salidas han durado más de lo habitual. Territorios conocidos se han visto desprovistos del codiciado sustento y alcanzarlo requiere de mayor tiempo y esfuerzo. Forma parte de un grupo integrado básicamente por familias y que cuenta además, con unos animales que a cambio de alimento, lo protegen de todo tipo de atacantes. La desconfianza hacia humanos solitarios o una facción desconocida es moneda común; el hambre crónica impulsa muchas veces a cometer verdaderos actos desesperados que incluyen el pillaje o directamente el enfrentamiento.

 Lleva tres días rastreando presas y solo ha conseguido lo suficiente como para el propio sustento. Pequeños mamíferos, un par de peces y raíces y tubérculos conocidos componen la dieta de subsistencia. El atardecer se va diluyendo y es tiempo de asegurar la leña suficiente que garantice el fuego nocturno. Este impide el congelamiento y tan importante como eso, ser atacado por los depredadores. Rugidos y aullidos comienzan a poblar la noche. El cazador se encuentra taciturno, envuelto por el calor protector. Evita mirar directamente a las llamas para no encandilarse y así poder reaccionar con presteza en caso de agresión. Las bestias, al igual que las personas cuando se sienten amenazadas o buscan  comida, pueden perder el control y atacar, aun en desventaja. Con los ojos entrecerrados, recuerda dos momentos en que fue víctima del ataque de animales. El primero fue durante la adolescencia, cuando el grupo de caza que integraba fue embestido por un tigre dientes de sable herido. Enceguecido por el dolor, lastimó seriamente a dos integrantes y despedazó a un tercero hasta que pudo ser derribado. El episodio siguiente ocurrió cuando el campamento que estaba migrando, fue alcanzado por un oso de las cavernas. La ferocidad del gigante era enorme. Poder abatirlo costó la vida de perros y varias personas lesionadas.  

Las preciadas huellas recién aparecieron al cuarto día e indicaban que los animales se estaban desplazando cuesta arriba, buscando probablemente un nuevo sitio de paso u otro espacio para refugiarse. El ascenso comenzó a tornarse cada vez más penoso pues la temperatura, mucho más baja que lo habitual, había provocado un congelamiento agresivo. El mero roce contra la vegetación escarchada provocaba dolor y cuando no, lastimaba. Los cuidados para evitar las lesiones físicas por enfriamiento tuvieron que ser minuciosos. Respirar se transformó en una experiencia casi voluntaria y quemante.

Sabía que permanecer demasiado tiempo en esas condiciones era fatal por lo que decidió avanzar un poco más y de no tener resultados, iniciaría el retorno. El hielo le terminó jugando una mala pasada pues resbaló y cayó de una manera totalmente descontrolada sobre la saliente de una roca. El dolor ocasionado por el golpe fue de una intensidad tal que lo sumergió en la inconsciencia de manera casi inmediata. Cuando reaccionó, prácticamente no percibía su propio cuerpo y una suerte de sueño comenzó a embargarlo. Cerró los ojos y ya no reaccionó. El hielo gradualmente comenzó a cubrirlo.

 Miles de años después, un grupo de escaladores saltó a la fama cuando en su desplazamiento hacia la cumbre, a posteriori de una violenta tormenta, encontraron los restos casi intactos de un cazador de la Edad de Hielo.

 

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