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Confusión

 

Soy estudiante de veterinaria y me encuentro en la parte final de la carrera. En esta etapa debo comenzar a realizar prácticas médicas y la cátedra nos da la posibilidad de sugerir cómo y dónde llevarla adelante. Mi propuesta de trabajo ha sido la de visitar y auxiliar en el control de la unidad canina perteneciente a la fuerza militar próxima a donde vivo y de la cual está a cargo mi padre, mayor del ejército. Además, en la propuesta figura que la evaluación de mi desempeño será realizada por los veterinarios oficiales de la fuerza. Finalmente, la autorización universitaria es un hecho.

 El día uno ha llegado. Nos hemos trasladado en un viaje rutinario para mi padre hasta las instalaciones militares y me encuentro en el sector que contiene todo lo relacionado con los perros como su alojamiento, pistas de entrenamiento y pabellón para el tratamiento de traumatismos o afecciones. He conocido a los tres veterinarios a cargo y me han designado a uno de ellos como tutor y evaluador de mi tarea. El tamaño de las instalaciones me ha sorprendido por su magnitud; me explicaron como debo comportarme dentro del complejo y me dan la libertad para conocerlo. Una identificación se encuentra enganchada en mi camisa. Al volver del recorrido, encuentro a los animales descansando en sus caniles pues han concluido con el adiestramiento diario. Pertenecen a tres razas diferentes; están los que se destacan por su velocidad y fuerza, otros por su agudeza olfativa y finalmente los que tienen un temperamento más sosegado e interpretan mejor lo que se pretende de ellos.

 Conversando con mi tutor acerca de las líneas generales del trabajo, me comenta que lo más lastimoso es tratar con las mutilaciones generadas durante los conflictos, muchas de las cuales generan invalidez permanente con la consecuente baja o directamente la muerte y por último, el estrés postraumático. Los animales son afectados, al igual que los humanos, tanto a nivel orgánico como psicológico y deben ser manejados con las limitaciones obvias de este último campo, de manera individual. Aunque hay razas que lo soportan mejor, puede llegar a ser notable la diferencia del impacto entre dos perros de la misma especie. Además se controla la vacunación, la dieta, etc.

 Días después y aprovechando un tiempo libre para terminar de familiarizarme con las instalaciones, inicié un nuevo recorrido que me llevó a encontrar algo no observado la primera vez. Se trata de un ejemplar de muy buen tamaño y de raza no definida que se encuentra literalmente aislado del resto. Al primer cruce con un veterinario le planteo acerca del por qué del aislamiento y la respuesta no deja de sorprenderme pues me entero que hace casi un mes que se encuentra en esa posición y no ha variado para nada en su buen semblante. Conclusión: es muy probable que padezca un trastorno emocional. Cuando consulto sobre su origen o procedencia, un médico me cuenta que no tienen del todo claro cuanto hace que está y que fue donado como muestra de agradecimiento y amistad, cuando la fuerza mandó un contingente a participar en ejercicios militares, a una nación oriental. El mayor problema reside en que no sirve como animal de combate pues aunque posee un carácter dócil, lo único que parece interesarle es el juego, tanto con humanos como con los demás animales. Se lo preserva simplemente por su valor simbólico y porque el presupuesto que se asigna alcanza para mantenerlo, aunque es muy probable que eso varíe próximamente.

 El tiempo va pasando y los primeros titubeos en las prácticas ya son parte de la experiencia. El raro ejemplar salió del aislamiento y he terminado tomándole cariño. Tengo permiso para sacarlo a ejercitarse en los ratos libres y así pude confirmar su buen carácter y también su poderío físico. No tiene nombre oficial y se lo identifica con un código alfanumérico. Algo destacable es su estado de salud que es óptimo y según los registros de ingreso, debe tener más de veinte años. Los rasgos de su rostro muestran algunas características más propias de los felinos, lo que me hace suponer un mix de razas como antecesores.

 Finalmente, el recorte presupuestario llegó y entre las primeras medidas que se toman es la de dar de baja a los animales básicamente no productivos, entre los que figura obviamente el raro. Mi padre, enterado de mi cariño por él y como premio a la finalización de la práctica con muy buena nota, me ofreció la posibilidad de adoptarlo. En casa ya tenemos una mascota perruna de buen tamaño, hay espacio para uno más y he aburrido a mi familia hablándole de las bondades de Charlie, pues así lo bauticé. Cumplida con toda la documentación, retiramos al flamante integrante de la familia del cuartel y nos dirigimos a casa. 

Al arribar, mi abuelo materno de origen oriental, se encontraba esperándonos sentado en su sillón próximo a la puerta de ingreso. Al bajarnos, su cara patriarcal cambió rápidamente la expresión. Sus ojos rasgados se inundaron de lágrimas y balbuceando, se puso de pie lentamente y se dirigió hacia Charlie con los brazos extendidos. Al acercarse, comenzó a acariciarlo lentamente mientras pronunciaba en voz baja aunque de manera perfectamente audible, lo siguiente: ¡Qué feliz estoy de poder contemplar con mis propios ojos a uno de ellos! Mi abuelo paterno comentó haberlos conocido cuando niño. ¿De qué hablas?, le pregunté intrigado. De este maravilloso juvenil de dragón, me dijo, mientras continuaba acariciándolo y las lágrimas mantenían húmedas sus mejillas.

 

  

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