Li 1 - III
El emisario real, acompañado por dos soldados, detuvo su marcha en el mercado y preguntó en voz alta si alguien conocía al general Li. Los calidad de los atuendos que portaba como el de los uniformes y elementos militares que lucía la custodia, evidenciaba que la procedencia de los visitantes era la ciudad central del imperio. Los soldados provenían directamente de la guardia personal del emperador, grupo de élite caracterizado por su lealtad, elevado entrenamiento y que se nutría de lo más selecto de las tropas imperiales. La magnificencia de los animales que montaban fue comentario por días entre los entusiastas de los caballos; hasta se llegó a decir que pertenecían a una raza especialmente desarrollada para la guardia imperial.
El emisario proclamó nuevamente a viva voz si alguien conocía al general Li; las miradas de los comerciantes, clientes y ocasionales caminantes se entrecruzaban pero nadie gesticuló un comentario. Cuando iba a lanzar nuevamente la pregunta y esta vez acompañada de algún tipo de amenaza si no obtenía una respuesta, una vez tranquila y pausada comentó a sus espaldas: – Soy Li, a quien buscas. ¿Cuál es el motivo que los ha traído hasta aquí? Al oír estas palabras, uno de los soldados desmontó a gran velocidad y realizó una profunda y sostenida reverencia frente al general, quien sorprendido, comentó: – No se a que se debe un saludo tan solemne pero sin dudas, lo agradezco; eres demasiado joven como para haber compartido conmigo alguna experiencia militar. El soldado enderezó su postura y mirando hacia el horizonte expresó: – Soy hijo del coronel Chan, recientemente fallecido, señor. Mi padre fue compañero de armas de Ud y no cesaba de expresar admiración por su valentía, capacidad como estratega e integridad personal, señor. Li, con una mirada triste y esbozando una leve sonrisa en sus labios, contestó: – Por lo que dices muchacho, creo que te refieres a otra persona o a un grupo de ellas y si, lamentablemente sabía del fallecimiento de tu padre, un gran compañero y excelente profesional. Realmente siento su pérdida.
Después de un momento de silencio, el emisario le entregó al general una nota enrollada con un formato elaborado que extrajo de una de sus alforjas. Li la leyó en silencio, levantó su vista y el pidió a los recién llegados dos días de plazo para dar una respuesta a lo que terminaba de leer. Quién portaba el correo asintió y se retiró junto a los acompañantes a buscar alojamiento. Ya en su casa, el general meditaba en silencio lo que expresaba la misiva que estaba depositada sobre la mesa. Básicamente se le restituían todos los cargos militares y sus pagos correspondientes. Si aceptaba sería enviado a comandar parte de las tropas destinadas a reforzar la frontera norte del imperio. Allí permanecería un año y en caso de guerra, tiempo indefinido.
El gobierno del territorio vecino pasaba en breve a estar a cargo de una facción beligerante contra el imperio y se temía que se produjera una invasión. La carta la firmaba una de las tres autoridades militares máximas, viejo conocido del general y con quién tuviera diferencias aunque sin llegar al extremo del distanciamiento personal. El terreno al que se lo enviaba le era familiar, con un invierno moderado en los valles y de temperaturas cómodas durante el verano en las alturas. Finalmente, su sentido militar prevaleció y a los dos días aceptó lo ofrecido. Acordaron iniciar la marcha hacia la capital imperial en la mañana siguiente y estarían acompañados por un refuerzo de soldados, provenientes de la milicia local.
Li se encontraba listo desde el amanecer y esperaba sentado frente a la puerta de su casa. Allí recibió al conjunto de jinetes que se hizo presente con un caballo extra y provisto para el viaje.
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