Li 1 - II
Li se encontraba en sentado en el pórtico de su casa disfrutando de la lluvia que se había hecho presente después de una larga ausencia. Todo estará un poco más limpio, pensó; la vegetación reverdecerá, las flores lucirán más radiantes, las pestilencias no golpearán con tanta dureza el olfato. Había llegado el día anterior de acompañar a los campesinos en su entrega habitual de lo producido. En realidad se trataba más de un reencuentro que de una protección dado que hacía mucho tiempo que no ocurrían incidentes. El último lo protagonizó una pandilla de bandoleros recién llegados a la ciudad que incitados sin dudas por los lugareños, intentaron atacar los carromatos y terminaron con un saldo de dos dientes rotos y abundantes magulladuras. Fueron el hazmerreir de la ciudad durante el corto tiempo que permanecieron en ella.
El barrio de los pescadores, aledaño al de los alfareros y los artesanos del hierro, se encontraba sumergido en su habitual frenesí, incrementado aún más por la llegada de los primeros pesqueros. Por encima del elevado bullicio, se escuchaban gritos por doquier; una marea humana se desplazaba en uno u otro sentido, algunos portando canastas vacías, otros llenas, otros redes, etc. Barcos fluviales y marítimos, estos últimos más grandes que los anteriores, colmaban los muelles. Li parecía desplazarse como un espectro entre la multitud, atravesándola sin ser tocado por ella; respondía con su característica leve inclinación de cabeza o suave sonrisa a cada uno de los profusos saludos que recibía. Todos sabían de quién se trataba, un valiente e íntegro general al que le tocó estar en el bando perdedor y que soportó con silencio y entereza todos los cobardes intentos de deshonra a los que fue sometido, ninguno con éxito.
El grito desgarrador se escuchó con nitidez por sobre la algarabía general; Li giró sobre si mismo y se dirigió hacia una ronda que comenzaba a formarse. Al atravesarla, pudo un observar el cuerpo sangrante de un joven y una mujer, sin dudas la autora del grito, llorando a un costado y contenida por otras dos que sollozaban. La sangre aun manaba por la herida mortal por lo que el ataque había sido reciente. Li confió en que el asesino no había podido huir sin levantar sospechas y se dedicó a observar con detenimiento a los curiosos que rodeaban la escena. En un de ellos pudo detectar en una de sus manos pequeñas manchas rojas (probablemente sangre) y se dirigió hacia él. El joven se percató cuando Li estaba muy próximo y como medida desesperada intentó atacarlo con un cuchillo manchado de rojo que extrajo de entre sus ropas. El general pudo fácilmente reducirlo, aguardó y lo entregó finalmente a la patrulla que unos instantes después se hizo presente.
Días más tarde, esa misma patrulla, integrada por un joven teniente y un grupo de soldados que en tiempos de paz oficiaban en el mantenimiento de la ley y el orden, esclarecieron lo sucedido. La víctima y el victimario integraban una banda dedicada al contrabando de mercadería a través del puerto y al parecer, la víctima no estaba siendo del todo justa al repartir los dividendos de los últimos movimientos.
Todo se redujo a un fatal ajuste de cuentas.
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