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El árbol y el junco

El árbol crecía majestuoso a orillas del gran río; su abundante follaje era un verdadero atractivo para toda clase de pájaros y su generosa sombra era aprovechada tanto por viajeros como campesinos. Sí, el árbol se sentía muy orgulloso.

 Enceguecido por una mezcla de ese orgullo y vanidad, comenzó a mofarse de un junco que ubicado a corta distancia de la orilla, se mecía al ritmo de la corriente. 

 -¿Cómo puede alguien no sentir vergüenza de tan pequeño tamaño?, comentó en voz alta y en un tono burlón. El junco lo observó y continuó moviéndose en silencio;

 -¿ Cómo es posible soportar el tener un cuerpo sin ramificaciones y con único color? Habrás notado la gran variedad brazos y de tonos y colores que tengo, sobre todo cuando florezco y a comienzos del otoño. El junco asintió con su mirada puesta en el agua y luego en la distancia;

 -¿ Realmente no te conmueve saberte un vegetal de consistencia frágil y que al menor empuje del agua te doblas? A mí me han azotado fuertes vendavales y no me han conmovido. El junco permanecía en silencio y su mirada se mantenía fija en el horizonte.

 El árbol iba a lanzar un nueva frase cuando un destello luminoso acompañado de un suave retumbar se hicieron presentes en la lejanía. La temporada de lluvias estaba dando comienzo.

Ese año fue particularmente intensa, días interminables de precipitaciones y viento golpeaban la región, los cauces no paraban de crecer al igual que la violencia con que las aguas turbias se movían. Pronto llegaron los desbordes y las inundaciones. Ramas, cuerpos de animales sin vida, etc, eran arrastrados corriente abajo.

 Como todo, el mal tiempo llegó a su fin y las aguas lentamente volvieron a encauzarse, dejando a la vista el daño provocado. Campos de cultivo transformados en lodazales, caminos prácticamente intransitables, alambrados y tranqueras con roturas destacadas. El junco volvió a emerger y comenzó a contemplar el panorama. Se detuvo al llegar a la orilla y observando el árbol, comprendió lo sucedido. Las aguas habían socavado el suelo y las raíces, al verse privadas de sustento, sucumbieron. La enorme mole terminó por derrumbarse. Del abundante follaje solo se apreciaban escasas ramas desnudas y en el tronco eran visibles las secuelas de la violencia del fenómeno.

 Todo lo que creíste ver en mí como debilidades son en realidad mis fortalezas, murmuró el junco. El tamaño, la flexibilidad y la ausencia de ramas me permiten soportar sin mayores problemas la violencia del medio. Y volvió a dirigir su vista hacia el horizonte.

 El agonizante árbol pronto sería reducido a leña.                                                              

                                                                                                                            

 

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