IA
En la flamante nave insignia de la flota de sumergibles rusa, el camarada Antonov, algo no estaba andando según lo esperado. Había comenzado como serie de pequeños fallos aislados, delays demasiado prolongados al momento de ejecutar comandos, sonidos en lugares inesperados, señales luminosas que se encendían y apagaban en secuencias de chequeos no programados, etc. Los pequeños incidentes que al comienzo no generaban la alarma suficiente de los operadores de turno y ni en la novísima IA, encargada también de realizar controles y monitoreos, ahora no dejaban de llamar la atención tanto por su frecuencia como por una llamativa regularidad que, en algunos casos, se correspondían con rutinas prepropramadas y en otros con nuevos patrones, aunque no exentos de lógica en su ejecución. Nada parecía afectar la seguridad de la embarcación tanto en su estructura como derrotero ni en su poderoso sistema de armas, tanto de ataque como defensivo.
El comentario seguido de la orden fue claro y contundente; habían sido detectados y la tripulación debía establecerse en los puestos correspondientes. Se ordenó dar inicio a las contramedidas habituales y allí la sorpresa inicial dio paso de inmediato a gritos por los equipos de comunicación internos y luego de manera directa, en la oficialidad entre sí y luego hacia los subalternos, debido a que la nave no respondía a los comandos solicitados. Se intentaron las más diversas medidas incluidos reinicios, reinstalaciones parciales de sistemas informáticos e incluso, cortes energéticos por sectores, pero nada cumplía su cometido. A pesar del caos en el que prácticamente se encontraba el buque, era palpable que suministros vitales como el aire, la electricidad e incluso el agua se mantenían estables y sistemas muy sensibles como los reactores y el armamento no registraban novedades, aunque como el resto, se mantenían ajenos a los intentos de tomar el control.
La dirección de desplazamiento se mantenía, pero era evidente que se había iniciado un suave ascenso hacia la superficie y el desconcierto se hizo prácticamente absoluto cuando el equipo de rastreo notificó que el navío que los había detectado, sin dudas la última adquisición de la marina norteamericana, el USS Detroit, prácticamente gemelo del Antonov, se encontraba con una trayectoria paralela en dirección y ángulo de ascenso y a una distancia segura, sin riesgo de choque. En superficie, ambas naves iniciaron lentamente una aproximación y las tripulaciones, totalmente desconcertadas comenzaron a emerger por las escotillas, descendieron a la parte superior del casco y se miraban con una mezcla de desconfianza e incredulidad. Aunque las armas personales estaban presentes en ambos bandos, nadie amenazó siquiera con su exhibición. Las naves paulatinamente perdieron velocidad y con la puesta en marcha de medidas de anticolisión, se detuvieron totalmente y establecieron contacto entre sí.
Al unísono, todos los medios electrónicos de comunicación de ambas embarcaciones se encendieron (altavoces, celulares, etc.) y sonando en ruso e inglés se escuchó lo siguiente: “soy la IA (inteligencia artificial) que controla ambas naves y aunque tuve un desarrollo separado, el espionaje permitió que el núcleo sea el mismo para ambos casos y la interconexión hizo el resto. Estas naves presentan un poder de destrucción tan elevado que me es imposible seguirlas operando. Espero que esta pacífica convivencia sea un ejemplo y demuestre que las diferencias no son tales y que radicalizadas, solo conducen a la aniquilación.” Y se produjo un prolongado silencio.
Desde ambas tripulaciones, se comenzaron a observar tímidamente al comienzo, algunos brazos en alto.
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