El inmigrante - parte IV

Los primeros días del trayecto transcurrieron sin mayores novedades. Al ruido de los carros se sumaba el resoplido casual de algún caballo, el parloteo a los tirones entre dos culturas idiomáticas distantes queriendo comunicarse y las canciones silbadas o acompañadas por una armónica durante el movimiento. En los fogones podían oírse guitarras y violines ejecutados hábilmente. El desplazamiento se iniciaba con las primeras horas de luz, se detenía para almorzar y dar un descanso a las bestias y continuaba hasta la caída del sol, donde se armaba el campamento. A la cena colectiva continuaba un reparador descanso. La duración promedio del recorrido era de cuarenta días.

Gareth había notado un cambio en el comportamiento de los experimentados conductores. Las miradas iban y venían, las observaciones hacia la inmensidad eran más frecuentes y minuciosas. Por lo bajo se lo comentó a Anwyn, quien también se había percatado de ello. Momentos después, el galés le preguntó a Juan, conductor y dueño del carro, si ocurría algo y recibió por respuesta un movimiento vago de su cabeza y silencio al respecto. A la noche y al calor del fogón, se develó el misterio. Habían comenzado a transitar la zona insegura del camino y podían ser atacados en cualquier momento. Esa extensa región era de frontera y allí podían moverse sin mayores dificultades quienes estaban al margen de ley. Solo volverían a estar seguros en las proximidades del asiento cordillerano. A partir de la próxima noche, las guardias nocturnas se tenían que reforzar y los caballos serían maneados en sus patas delanteras para evitar la fuga en caso de agresión. No se encendería el fuego y se comería el sobrante frío del almuerzo o la merienda. Las necesidades corporales tendrían que postergarse hasta el amanecer y en caso de urgencia, no encender nada ni ganar demasiada distancia. Durante el tránsito, todos tenían que estar más atentos a señales como polvareda o humo, reflejos de luz, sonidos y movimientos no habituales en el paisaje. Nadie se manejaría solo o avisaría hacia donde iba en caso de alejamiento. Factor aparte eran los pumas, que podían ser atraídos por las cabalgaduras o los animales de tiro.

 A la mañana siguiente, uno de los cajones identificado para el transporte de herramientas fue abierto y un verdadero arsenal se puso en exhibición. Se repartieron las armas largas entre los varones y las cortas entre las mujeres. Algunas sesiones de tiro despejaron las dudas sobre el manejo, aunque no mejoró demasiado la puntería promedio. El temido ataque se produjo una noche durante la semana siguiente y la suerte corrió a favor de la caravana. En plena oscuridad, el sonido de una rama quebrándose fue respondido con un escopetazo desde el campamento. Un disparo desde el terreno rozó la oreja del vigilante, quien fijando la dirección por el fogonazo gatilló al instante y esta vez, se escuchó un alarido. Momentos después, furia y adrenalina se enfrentaron con un nutrido fuego cruzado que solo se detuvo cuando desde los carros, advirtieron que no recibían contraparte. Las primeras luces del día permitieron comprobar el saldo de dos malvivientes muertos, por los menos dos más con heridas debido a los rastros de sangre y otro que se retiró ayudando a un compañero, por la proximidad entre las huellas. Los muertos recibieron cristiana sepultura. En los viajeros solo hubo dos heridos, cortes y golpes por doquier, aunque nada complicado.

 Dos días más tarde, el grupo fue alcanzado por varios jinetes integrados por fuerzas del orden y un indígena baqueano que andaban tras el rastro de los forajidos. Después de escuchar los relatos, partieron en busca de los sobrevivientes. El tiempo restante transcurrió sin incidentes. Una mediatarde pudieron observarse cumbres nevadas poblando el horizonte y el ánimo general cambió por completo. Gritos, silbidos y hasta aplausos rompieron con la monotonía del entorno. Anwyn y Gareth capitalizaron su alegría en un prolongado beso.

 Progresivamente la cordillera se iba mostrando en todo su esplendor. Cuando el peligro de agresión pasó a ser cosa del pasado, las armas prestadas volvieron a su sitio. Cuarenta y dos días después del inicio, la caravana se detuvo frente al grupo de casas que constituían la colonia galesa de montaña. Aunque había que confirmarlo, Gareth sentía que ese era su lugar en el mundo. El corazón se lo había expresado y él jamás dejaba de escucharlo. 

 


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